Ilustrado por: Caro Poe
«Me pregunto si no escribo para saber si los demás no han hecho o experimentado cosas idénticas, o al contrario, para que les parezca normal experimentarlas. O incluso para que las vivan a su vez, olvidando que un día las leyeron en alguna parte»
Hace más de un mes, comencé esto después de leer un par de líneas de un ensayo de Peter Handke que empezaba de una forma similar[1]. Lo he escrito por dos razones: la primera es que ya llevo varios años haciendo artículos para la revista, pero aún no me he detenido a explicar qué significa escribir un artículo y cómo se hace. La segunda razón, quizá más sencilla, es porque creo poder descansar un poco cuando llegue a la última palabra, en el último párrafo de este texto.
Moviéndome dentro de lo necesario, quizá esto no lo sea. Está claro que debo hacer un artículo; pero nadie dice que tiene que ser uno sobre cómo es escribirlos. Y, sin embargo, decidí hacerlo para averiguar mejor de qué manera entiendo las cosas, con una suerte de ingeniería inversa que no busca hallar alguna explicación, sino construirla.
En un par de ocasiones pensé en abandonarlo. En caso de que no funcionara, podía decidirme a escribir algo diferente y no habría ningún problema. Tengo decenas de textos fallidos, condenados a habitar únicamente en los archivos de mi computadora. Y está bien que sigan ahí: muchas veces el consuelo surge sólo de poner una palabra tras otra, luego corregirlas, leerlas de nuevo y sentir que al menos encajan más de lo que encajaban antes de todo este proceso. Otras veces no. Hay ideas persistentes, que parecen perseguirme: buscan mi atención sin descanso, mirándome con sus ojos llenos de inquietud, esperando que yo encuentre la forma para escribirlas.
Desde que me dedico a esto, enviando un texto cada dos meses, ha cambiado mi forma de escribir, pero no mi forma de llegar a la escritura. Siempre se ha tratado de algo que parece una necesidad, como si tuviera un nudo en la garganta que no se va hasta que termino la idea que me ha obsesionado.
En realidad, es una labor mucho menos sencilla de lo que parece. Para quien lee apenas son una o dos páginas de texto. Pero eso es una ilusión, porque lo que se le entrega es una pieza pulida, algo que no suele ser muy parecido a su forma inicial.
Detrás de cada artículo hay una inmensidad de cosas que el público lector ignora. Cada párrafo escrito no es un recuento de palabras o una mera descripción. En su interior habitan una serie de conexiones entre vivencias, lecturas, películas, música, poesía y quién sabe cuántas cosas más. Estos elementos son los hilos dentro de la trama de cada texto, y a la persona que los escribe le corresponde averiguar de qué manera puede organizarlos, no únicamente para que tengan sentido, sino para que sean llamativos para quien los va a leer. Por eso pienso en una frase de Thomas Mann: «Un escritor es una persona para quien la escritura es más difícil que para otras personas».
Para mí, se trata de una apuesta continua, casi una súplica, en la que se ofrece todo lo posible para que quien está leyendo decida avanzar a la siguiente frase, al párrafo que está más abajo, y no se detenga hasta terminar.
Cuando comienzo un artículo, por lo general lo hago con algo que me obsesiona, escribo un par de párrafos (que espero no decepcionen a mi correctora de estilo) e intento darle forma hasta que es aceptable. Por lo general, esos párrafos duran un mes completo añejándose, detenidos. Entonces el plazo de entrega me alcanza y debo apurarme, lo que me lleva a completarlos de una manera u otra. A veces es fácil: las ideas fluyen y cada oración lleva a la siguiente, hasta que eso me hace llegar al final del artículo. Sin embargo, otros días se siente como si se tratara de cincelar una piedra inmensa y no de sentarme frente a la computadora y teclear. Entonces debo escribir y reescribir, intentando averiguar qué quiero decir y porqué, perfilando las ideas hasta encontrarles una forma adecuada.
Otra cosa que he descubierto es que la escritura funciona como una búsqueda de algo que, por lo general, no conozco por completo. Aprendo mucho en el proceso, intentando encontrar el derecho de las ideas que quiero explicar. Y, sin embargo, no siempre consigo la claridad que tanto añoro.
Creo que hay artículos en los que el punto final es apenas un mal reflejo de un proceso de aprendizaje de quien lo puso ahí. Sin contar que, además, el texto llega a tener una forma que puede ser bastante más confusa para quien la escribe que para quien la leerá en un futuro.
Es común que las personas que leen sepan mejor de qué tratan los artículos que quien los ha escrito. Esto debido a que se quedan únicamente con el producto final, sin tener que ver en qué lugar de su mente guardan los retazos que no fueron usados, las palabras que no hallaron una frase que las anudara ni las ideas incompletas que quizá habrían tenido cabida bajo cualquier otra mano.
Para ser honesto, es un oficio de comenzar y recomenzar. Hay que escribir, publicar y luego volver a empezar a escribir. Por fortuna también es agradecido, no únicamente por lo que alguien puede decir sobre lo que he publicado, sino también por el espacio que me da a mí mismo, la posibilidad de expresar lo que pienso, lo que necesito decir. Pero eso no deja de lado el hecho de que también es una disciplina exigente. Quien se atreve a poner palabras en el papel para que otra persona las lea, también pone sus dudas sobre la hoja. Se arriesga a cualquier juicio que pueda surgir a partir de su trabajo, y, además, lo hace sabiendo que su sensibilidad puede verse muy afectada, aún si las palabras que va a recibir pueden ser buenas.
Las cimas a las que uno apunta jamás son justas. Lo que se busca contar —ya sea en un artículo de opinión, en una reseña, en un cuento, incluso en un comentario breve y poco atinado— siempre se verá comparado con todo lo que se ha leído. Los escritores talentosos —Roth, Wilde, Tolstoi, Hemingway, Faulkner, Dostoievski— y las escritoras fascinantes —Woolf, Ernaux, Munro, Szymborska, Guerriero— crean expectativas sobre los textos, lo que casi siempre deja en deuda consigo mismo a quien escribe, viviendo la ilusión de alcanzar la calidad de todo aquello que le ha maravillado antes.
De una forma u otra, se alcanza el tan anhelado artículo. Bien que mal, uno logra sortear la crítica propia —con tendencias a ser despiadada—, junta algunas ideas y queda más o menos contento con su resultado. Por lo general, luego vienen las correcciones, las dudas y los momentos de sastrería donde se hace necesario realizar maniobras de corte y confección.
Hay frases que se aniquilan con un par de golpes de teclado, y lo que una vez pareció fascinante, luego se antoja innecesario o trivial. En su lugar, van floreciendo las ideas inesperadas, que se anotaron con pocas esperanzas y, por efectos del tiempo, resultan transformándose en algo más claro y mejor.
Incluso existen ocasiones en las que uno grita de alegría y alivio, feliz de haberse librado de aquello que en un principio fue obsesión y luego se convirtió en una —afortunada— carga. Aunque por lo general se trata más de una victoria silenciosa, una especie de suspiro que estaba contenido y sale sin hacer ruido, permitiéndome respirar.
Para terminar, he decidido agregar uno de los momentos que llevo cristalizados en la memoria hace algún tiempo. A la sazón de encontrar una explicación en las palabras de otra persona.
En una charla TED[2], el escritor argentino Eduardo Sacheri cuenta su experiencia a la hora de ejercer su oficio. He visto el video varias veces. En un principio lo hacia de forma casi religiosa, contemplando la sinceridad de alguien a quien admiro, describiendo un proceso que para mí siempre ha sido misterioso. Poco a poco enumera los motivos que le parecen fundamentales para detallar su vocación como escritor (aunque también valen como consejos para quien desea dedicarse a escribir). No me detendré a enumerarlos todos, sino a saltar —con el perdón de quien no haya visto el video todavía— a la conclusión.
Según él, y a partir de algunas experiencias específicas de su vida, la escritura es el acto que le permite dormir.
En un principio, parece difícil imaginar que dos obras maravillosas como La pregunta de sus ojos o La noche de la Usina provengan de este sencillo acto, de dormir. Que no hayan sido ideales inmensos, en busca de rascar la superficie de la condición humana, y que tampoco surgieran de experiencias casi cinematográficas, invivibles para la mayoría de las personas, da cierto consuelo y dice mucho más sobre la escritura.
Los mejores libros no han sido escritos para alcanzar una cura para el olvido —aunque algunos lo logren con creces— sino por motivos mucho más sencillos: para dejar de lado algún recuerdo recurrente; para decir lo que no pudo ser dicho en su momento; para pensar una manera alternativa de vivir la vida; para imaginar cómo serían las cosas si hubiera pasado «X» o se hubiese evitado «Y»; para, sencillamente, decir: esto me ocurrió a mí.
En mi caso, escribo por sentir que me da felicidad y tranquilidad. Vuelvo a ver la página en blanco porque siempre creo que tengo algo más por decir. También lo hago porque quienes me han leído me motivan a escribir más, a encontrar nuevas maneras de mostrar mi experiencia y, quizá, ofrecerla para que se identifiquen con ella.
Me gustaría decir que se trata de algo que nace para las otras personas, como un gesto desinteresado, pero en realidad nace para mí. La escritura es mi forma de existir, de poder decir mejor lo que pienso. No conozco otra manera y tampoco quiero hacerlo. Por eso, continúo aquí, una vez cada dos meses, apostando que seré leído, pero, principalmente, buscando una manera para respirar un poco mejor de lo usual.
[1] Ensayo sobre el loco de las setas – Alianza (2013)
[2] Mis principios para escribir – Eduardo Sacheri – TEDxBariloche, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=d13QdWwdDmA
Paulo Augusto Cañón Clavijo
Redactor
Colombiano, periodista y lector de tiempo completo. Escribo para encontrarme. Apasionado del fútbol, la música, los elefantes, las mandarinas y los asados.
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.