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Fotografía de Ixkozauki Hermosillo / Real de Catorce

Gabriela Alfred

 

Intuitivamente, siempre desconfié de los consejos que se dan sin que una los pida, de la glorificación del sentido común y del pragmatismo como modo de vida. Para mí, todo eso se conjunta en la literatura de autoayuda, que no solo es ya literatura sino toda una industria basada en quién dice lo obvio de manera más amable o más agresiva.

Toda esta industria tiene un objetivo: un tipo de felicidad, dando por hecho dos cosas (falaces): que la aspiración suprema del ser humano es la felicidad y que, además, la felicidad es un estado regular, constante, permanente.

Pero, ¿qué pasaría se cambiáramos el sentido de todo este discurso? ¿Qué pasaría si no partiéramos con la suposición de que el sentido de la vida es la búsqueda de la felicidad y, por lo tanto, todo lo que hacemos esté orientado a ella, sino más bien del supuesto de que no necesariamente debe haber un sentido y que quizás nuestros pasos deberían estar orientados hacia la aceptación de lo incierto o lo absurdo?

Quiero hablar de otro tipo de “autoayuda”, si nos podemos reapropiar de esa palabra, una autoayuda no condescendiente ni de manual, una autoayuda que parte de un principio reflexivo profundo y que no busca respuestas inmediatas ni enlistadas… hablo de la filosofía. Entre las muchas maneras que propone la filosofía encarar la realidad, hay dos que, al menos a mí, me han parecido un buen escape a todo este sentido común sobrevalorado dentro de una racionalidad tecnócrata y capitalista: la aceptación del absurdo de Camus y el estoicismo en Marco Aurelio y Séneca.

Como decía, la clave y el éxito de la autoayuda es la inmediatez, en un mundo en que cada vez somos menos pacientes y estamos acostumbrado a que todo se resuelva en la fracción de 1 segundo, nos cuesta tomar el camino más largo a las respuestas que buscamos, que es, precisamente empezar por hacer las preguntas correctas. Camus, en el mito de Sísifo, comienza con esta cuestión: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.”, pero, ¿quién le pone o le quita valor a la vida sino nosotrxs mismxs?, la derrota, la traición a uno mismo, para Camus, es buscar el valor de nuestra propia y única vida en otra cosa, en algo superior o que la trascienda, como en Dios, lo que él llama “el salto de fe”, la alternativa de quien no puede soportar la densidad de la incertidumbre; en cambio, alguien que se enfrente continuamente al absurdo, le plante cara y no tenga miedo a vivir ante la idea de la completa inutilidad de nuestra vida, es alguien que, de hecho, puede conseguir la plenitud desde la valentía de enfrentar un mundo que no busca ni puede entender, pero no como una aceptación pasiva, sino activa, confrontar al absurdo mediante el mayor número de experiencias posibles, decir, precisamente “que la vida no tenga sentido, no significa que no deba ser vivida”, es la decisión más vital que podremos tomar.

Sísifo tuvo la condena de cargar una piedra hasta la cima de una montaña y siempre que estaba por llegar esta piedra se le caía, pero la desgracia de Sísifo nunca fue el creer que algún día lo conseguiría, nunca lo sustentó ninguna esperanza, al contrario, parte de su castigo es la consciencia plena de que nunca lograría alcanzar esa meta, pero en el breve espacio entre que la piedra caía y él debía volver a comenzar, había un pequeño instante de absoluta libertad donde, según Camus “debemos imaginar a un Sísifo feliz”.

Aquí Camus nos presenta un camino poco ortodoxo hacia la felicidad, un camino no obvio y de una infinita y triste belleza, un camino que, si decidimos recorrer, seguramente nos llevará toda la vida y nunca podrá reducirse a un programa de 4 u 8 semanas de coaching.

Sin embargo, el método de Camus es terriblemente desgarrador, hay que estar dispuesto a hundir nuestra cabeza y corazón en el vacío más absoluto y obligarnos a vivir en él hasta acostumbrarnos a su densidad o desintegrarnos en el proceso; no es un método práctico, es profundamente existencial e introspectivo y muchxs, justificadamente, pueden no querer tomarlo.

Un ejemplo de filosofía que propone un método mucho más práctico para llevar una vida, quizás no exactamente “eufóricamente feliz”, pero felizmente tranquila, es el estoicismo. A menudo, cuando yo me he sentido perdida, triste o abrumada, he recurrido a las cartas de Séneca o el diario de Marco Aurelio ya que me han brindado principios razonables a seguir para lograr la paz mental. El estoicismo tiene varios principios, pero filosóficamente (y a nivel personal también), encuentro muy interesantes estos 3:

  1. “Memento Mori”, que significa tener siempre a la muerte presente, saber que caminamos hacia allí y nada de lo que hagamos podrá detener esa marcha, pero justamente por eso podemos aprender a vivir más despacio y con más calma, disfrutando más el paseo ¿cuál es el apuro si ya sabemos lo que nos espera al final del camino?
  2. La perspectiva, nada es bueno o malo absolutamente, todo depende de cómo lo encajemos nosotrxs, esto quiere decir que lo importante no es lo que nos pase, porque eso es inevitable y no podemos hacer nada para detenerlo, sino en cómo lo afrontamos, eso está en nuestro absoluto control. Si podemos aprender a controlar nuestras emociones, y es algo totalmente posible, nunca más sentiremos angustia por la infinita cantidad de cosas que pueden colisionar con nosotrxs.
  3. Por último, abrazar nuestro destino, que es algo que puede encajar con la visión de Camus también. Sea el absurdo o la plenitud, podemos aprender a vivir con ambos o en ambos; aceptar las experiencias negativas no significa necesariamente extraer una lección de cada una, sino comprobar que podemos ser mucho más resilientes de lo que pensábamos que éramos, muchas veces el ser humano encuentra la máxima fortaleza en los momentos más desesperados, así como puede ser fácilmente abatido por su propia cabeza sin que medie ningún factor externo, ahí entra el ejercicio constante de la mente y la razón.

 

Hay una consolación famosa de Séneca a su madre llamada “Consolación a Helvia”, que tiene tanto de hermosura como de dureza, y es, para mí, uno de los textos que mejor resumen la filosofía estoica y ésta como práctica de vida… nuevamente supone un desgarramiento, pero el cascarón debe romperse para empezar a vivir, como dice Hesse en su famoso libro “Demian”: “El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir el mundo” su mundo, aquel que deberá habitar, en el que tendrá que vivir con sus dioses y demonios y donde morirá un día. El camino es penoso, pero bello también, una cosa no excluye a la otra. Los manuales de autoayuda a menudo buscan alejarnos de esos sentimientos tan vitales, como la tristeza, el dolor, el desgarramiento o la muerte, quitándonos parte esencial de nuestro ser en su completitud, con contradicciones y todo. Por eso la filosofía es tan importante, porque es la contraposición necesaria a un modo cada vez más simplista y cobarde de afrontar nuestra existencia.

Fragmento de “Consolación a Helvia” de Séneca:

“Voy, pues, a rodear tu dolor de todos sus lutos, de todo su lúgubre aparato; esto no será aplicar calmantes, sino el hierro y el fuego. ¿Qué conseguiré? Que te avergüence, después de haber triunfado de tantas miserias, no saber soportar una herida sola en un cuerpo cubierto de cicatrices. Lloren largamente y giman aquellos cuyos delicados ánimos enervó prolongada felicidad, abatiéndoles la contrariedad más ligera que cae sobre ellos; pero aquellos cuyos años han trascurrido entre calamidades, soportan los dolores más intensos con inquebrantable y firme constancia. La asiduidad del infortunio tiene algo bueno, y es que, atormentando sin descanso, concluye por endurecer”.

 

 

Gabriela Alfred

Gabriela Alfred

Directora de Redacción

Soy de Bolivia, nací rodeada de montañas y agua dulce. Me licencié en Filosofía y Letras por purito placer y hasta el día de hoy sigo buscando profesionalizarme en saberes inútiles. Escribo porque me hace feliz, leo porque no puedo vivir siempre en mi propia mente. Me gusta tejer, las historias ñoñas de amor, la fiesta y las conversaciones en la madrugada.

Ixkozauki Hermosillo

Ixkozauki Hermosillo

Director de Edición

(Guadalajara, 1996)
Experto en garabatos, poeta, aventurero, ladrón de momentos, fotógrafo aficionado, músico en paro y cocinero de ocasión. Ganador del concurso Creadores literarios FIL Joven 2012 y coautor de la antología La voz de los pasos (Mano Armada, 2018).

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