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Ilustrado por: Berenice Tapia

Nuria Blanno

Las noches familiares nunca habían sido mis favoritas hasta que el tema de sobremesa se convirtió un día en el suicidio, mi padre fue quien lo trajo a flote tras el incidente que había sucedido a un buen amigo suyo, «perdió la vista después de que lo operaran, lo irónico es que se supone que era para mejorarla» dijo mientras repartía las cartas, también contó que tenía apenas cincuenta y tres años. El relato me interesaba, más que nada, por la intriga que causa el no saber la razón, él contaba la situación desde su posición de observador, sin juicio, análisis y hasta parecía imperturbable ante la pérdida; quedarse ciego bien pudo ser solo una excusa como lo puede ser perder al ser amado, quedar pobre, quedar solo, la incomodidad de la tibia burguesía, o la simple sensación de un pecho oprimido por falta de motivos, siempre he creído, como dice Hesse, que los suicidas lo somos probablemente desde la cuna, solo estamos esperando. Se va por ahí sabiendo que el desenlace será el mismo para todos, no importa cuánto dinero hayas acumulado, tus propiedades, el tiempo ahorrado, el amor gastado, el pudor con que se haya saboreado la vida, al final, no importa si eres hedonista, nihilista o recatado. He de confesar que el coqueteo constante con la atrayente idea de la muerte no agregará razones ni alegría, es probable que ahogados en desasosiego finjamos que la adrenalina de esperar un poco más por mera curiosidad es suficiente para postergar el acto hasta los setenta, ochenta o hasta que nos ganen las causas naturales. Quizá lo que sobra en realidad es el deseo y la esperanza, pero estos dos son buenos paliativos mientras se encuentra la manera de no necesitarlos, porqué siendo honestos, existir es un acto tremendamente violento y osado que además de todo es completamente involuntario, si se nos hubiese preguntado es probable que un setenta por ciento de la población total no hubiera accedido a los términos del contrato. Esto es un juego que va de mera suerte, desde la piel hasta el azar de la economía, no hay ni una garantía, así que, una vez en la arena solo queda refugiarse en la certeza de la ciencia, la fe de la religión, la elección de las convicciones o simplemente las mieles de la ignorancia. Mientras las miradas de incomodidad llenas de un desdén inapelable centellaban ante las palabras de mi padre, me di cuenta de que cada uno de los presentes habían considerado, aunque sea un segundo de sus vidas la posibilidad del tabú que les causaba estragos escuchar mientras recibían su mano de cartas. Cuando la tensión bajó y todos emitieron la camuflada opinión de su respuesta ante la historia, tomé un trago de mi copa, sonreí y al igual que mi familia, continué esperando.

Nuria Blanno

Nuria Blanno

Autora

Mi nombre es Nuria, mexicana de nacimiento, mente y corazón, estudiante de química farmacéutica por destino, azar o como yo lo llamo: error. Escritora de vocación, romántica empedernida y aratosfatalista. Soñadora, necia e idealista. Te regalo mis letras por si acaso logras conectar con ellas, así como yo conecto con las ideas de otros y aprendo cada día más mientras me doy cuenta de lo poco que sé.

Berenice Tapia

Berenice Tapia

Ilustradora

Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.

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