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Ilustrado por: Caro Poe

Silvia Fernanda Salgado

El pueblo era pequeño, apenas unas casitas bajas, el cantar de los pájaros, el romper de las olas, y luego el silencio.

El tiempo parecía detenerse allí, unas parcelas de tierra al margen del mundo con un puñado de ancianos, un pastor luterano y sus bellas hijas: Isabella y Melina.

Los jóvenes partían en busca de un futuro mejor.

Los límites entre lo público y lo privado se desdibujaban, dado que todos se conocían.

La vida jugaba una alternancia al infinito de día y de noche. Un orden preestablecido y comandado por el pastor, transmitiendo la palabra del Señor. Palabra despótica y arbitraria, dictaminando lo permitido y lo prohibido.

Nadie realizaba un solo acto sin la aprobación del mediador del Todopoderoso.

El gris imperaba y los actos vitales de los habitantes (desde la vestimenta hasta la alimentación y los lazos sociales) estaban predeterminados por una ancestral tradición.

Isabella y Melina, en obediencia ciega al imperativo paterno, abandonaron a sus dos respectivos amantes. Se replegaron sobre sí mismas, la soledad fue su compañía y el servir a la palabra del mediador pasó a ser su razón de existir.

Los quehaceres domésticos, los rezos y sermones diarios fueron la esencia de su vida.

Cierto día Isabella cometió el sacrilegio de enamorarse por segunda vez: ahora se trataba de un concertista de la comarca vecina. Ella ahora no podía dejar que su vida continuara escurriéndose entre sus manos.

Y cuando ambos partenaires esperaban comunicar la noticia de su mutuo amor, Isabella, hastiada de las discusiones y peleas con su padre, en una larga noche marcó una diferencia.

Cuando su padre volvía de la iglesia, ella lo esperó machete en mano…

Un manto abismal carmesí inundó la pequeña habitación. Por primera vez en el pueblo predominaba el rojo visceral.

Al oír los gritos, Melina ingresó al cuarto y con sus ojos desorbitados, cloqueando, no intentó frenar a su hermana. Con una cuchilla comenzó a desmembrar el cuerpo de la víctima, y luego de varias horas, limpiaron la escena.

Después encendieron el fuego, y cocinaron un manjar exquisito. Decoraron la mesa al estilo parisino, alzaron sus copas de vino y brindaron. Desfiló así un oasis de aromas, colores y sabores, acompañado de placeres dionisíacos.

Melina rompió el silencio cómplice y agregó:

—Hemos incorporado en nuestro interior la palabra del Todopoderoso.

Las hermanas rieron cual dos niñas traviesas. Y las risas, en aquella larga noche, se extendieron hasta el amanecer.

 

 

Silvia Fernanda Salgado

Silvia Fernanda Salgado

Autora

Escritora argentina. Nació en Capital Federal en 1972. Es Licenciada en Psicología, egresada de La Universidad de Buenos Aires. Ex concurrente del Centro de Salud Mental de Capital Federal.

Fue publicada en varias antologías de cuento, entre las que figura “Plumas negras” del Taller Literario de la Municipalidad de Berazategui. Participó en lecturas de cuentos oscuros en Roma y en Galicia, España, y también en el Círculo Médico de Quilmes y el Colegio de Abogados de Quilmes, junto a su esposo Marcelo Motta y el director teatral Oscar Sandoval Martínez.

Escribe desde los once años, y tiene pensado en poco tiempo publicar su primer libro de cuentos.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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