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Ilustrado por: Lizeth Proaño

Gabriela Alfred

¿Mi vida? Vacío bien pensado

A.P.

Alejandra Pizarnik es una de las figuras por excelencia de la poesía latinoamericana, de la poesía existencial, de la poesía del desgarramiento y de ese malestar que no tiene nombre también. Alejandra tenía uno de los versos (y prosas) más honestos que leí, no hay un filtro entre la sangre y la tinta, entre la piel y el papel. Escribía dejando pedazos de su ser esparcidos, incómodos, chorreantes. No eran píldoras para tragar, eran jarabe que se escurre por la garganta dejando la esencia y el espesor pegados a la garganta, a la piel por dentro.

Hay una intimidad que se crea cuando una lee a Alejandra, como si alguien te dejara asomarte por unos segundos a los abismos y complejidades de una personalidad única; creo que escribo esto porque siento que ella me ha dado cobijo en sus palabras, por más desgarradoras que pudieran ser a veces, y yo nunca tendré la oportunidad de hacer lo mismo por ella. «Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero.» Eso dijo ella un día y eso me acompañó en días de confusión y hastío, en días de insoportable machismo pegado en la piel que me rozaron, en el cabello que me acariciaron en contra de mi voluntad, en el oído que tuvo que escuchar más de una vez que me romperían en mil.

Pero hay otras cosas con las que no pude empatizar con ella; Alejandra tuvo su centro de gravedad en un abismo, uno al que yo solo puedo ver de lejos, como en un sueño donde ves a alguien que se balancea en el filo de un puente y nunca puedes llegar a detener la inevitable caída. No sé… Borges dijo que había cometido el pecado de no ser feliz, quizás yo pueda decir algún día que he cometido el pecado de ser demasiado feliz, tanto que no he podido experimentar esa vocación de tristeza en mi escritura; en un momento quise creer en esa tontería del “poeta maldito”: alcoholismo, tendencias autodestructivas y una infancia infeliz eran la fórmula para una poesía de calidad, «auténtica». Un «batido de mierda» como diría Residente para poder crear un buen poema, ¿¡Quién fue el tarado que nos quiso hacer creer que solo la decadencia engendra belleza!?, la verdad es que uno puede ser un poeta genial a pesar de. Alejandra fue una tremenda poeta a pesar del mundo, no fue ella la que nació con el sino de la tragedia, fue el haberse dado cuenta de la hostilidad del mundo, de su monocromatismo… qué se yo, cada quien la encaja como puede ¿no?, yo prefiero irme con Fito y decir «la estupidez del mundo nunca pudo y nunca podrá, arrebatar la sensualidad», ni la felicidad, pero Alejandra no, ella nunca puso escudos entre el infierno de los otros y ella.

Yo no empatizo con Alejandra, no me pongo en su lugar, lo digo de manera completamente honesta, pero no necesito empatizar con alguien para quererle, para entenderle, finalmente acepto el abismo entre dos seres, nuestras células jamás se llegan a tocar, el primer indicio es físico, el segundo es existencial; y en mi caso, el tercero es una delirante separación espacio temporal. Pero ahí está, ahí estuvo toda mi vida, ¿porque estaría más lejos alguien que me habla directo al corazón que otro ser que pasa a mi lado sin siquiera verme? Quizás ella entendió que solo a través del lenguaje se alcanza al otro, paradoja como pocas, siendo que es también el lenguaje el que nos separa de lo concreto.

Alejandra nunca pudo encontrar el sendero de la vida en esta vida, fue un fantasma deambulatorio, un signo de interrogación constante, como ella decía, buscando respuestas sin realmente buscarlas. Me imagino lo que le diría hoy uno de esos coachs espirituales militantes del positivismo vacío: «la felicidad no depende del mundo o de los otros, Alejandra, está dentro de ti, tienes que encontrarla». El problema de la «autoayuda» es que nunca sale de lo obvio, apelan a tu estúpido sentido común, tus emociones sometidas a un razonamiento de mierda. ¡Cuánta filosofía perdida en el sobrevalorado sentido común! Ninguna Alejandra podría haber sucumbido a un pensamiento tan vulgar, cuando tantos sabemos que lo cierto es que el infierno son los otros porque, al igual que ella, somos sanos hijos del existencialismo.

Cuando pienso en Alejandra, pienso en cuántos abrazos que no llegaron… cuánto dolor estará cerca de nosotros y no lo percibimos. Cuánto sufrimiento mental que no expresamos… y cuando lo expresamos: la nada.

«Te preocupas por no decirte que a veces, en verdad todos los días, en verdad a toda hora, recibir un gesto de ternura no te disgustaría demasiado. Pero jamás le pedirás ese gesto. No por orgullo sino porque comprendes que se trata de un deseo fósil. De manera que sólo tú sabes que tu vida depende de un gesto.» (Alejandra Pizarnik, Diarios)

Creo que, si alguien lee los diarios de Alejandra o su correspondencia con León Ostrov u otros amigos, no puede evitar sentir a flor de piel ese desgarramiento del yo porque, aunque no lo entienda, no lo viva -porque, parafresando a Tolstoi, todas las personas felices se parecen, pero las infelices son infelices cada una a su manera-, también es cierto que hay algo atávico dentro nuestro que venimos arrastrando y que los poetas y filósofos han tratado de expresar durante mucho tiempo, esa pérdida de la unidad, ya no somos ese UNO, ni tampoco es cierto que uno más uno hacen dos; es un mundo llenos de unos, de individualidades buscando chocarse y fusionarse sin éxito.

Alejandra se fue en busca de los vivos porque no los encontraba a su alrededor y su existencia de fantasma la atormentaba. ¿Qué haría falta para que se hubiera quedado? Otro mundo, claramente, eso lo entendió Juan Gelman. Si queremos tener a nuestras Alejandras cerca, deberíamos trabajar en construir un mundo apto para corazones sensibles, un mundo donde el amor y la ternura no se deban mendigar, un mundo sin gente que te trate de estúpido por no entender la felicidad del modo capitalista como se debería entender; un mundo diverso, creativo, auténtico. Si, mejor hagamos un mundo para que Alejandra se quede.

Gabriela Alfred

Gabriela Alfred

Directora de Redacción

Soy de Bolivia, nací rodeada de montañas y agua dulce. Me licencié en Filosofía y Letras por purito placer y hasta el día de hoy sigo buscando profesionalizarme en saberes inútiles. Escribo porque me hace feliz, leo porque no puedo vivir siempre en mi propia mente. Me gusta tejer, las historias ñoñas de amor, la fiesta y las conversaciones en la madrugada.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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