René Medina
–Ese… ¿es un libro?
–Sí.
–¿Te gusta leer?
–Sí, la verdad me gusta bastante
–Órale, la verdad a mí me gustaría leer más pero en realidad casi no me gusta, o sea, no tengo el hábito. Algunas veces lo he intentado pero me aburro mucho.
¿Les suena familiar este diálogo? Yo creo que si estás aquí, muy seguramente te gusta leer. Y, si te gusta leer y vives en Latinoamérica, me atrevería a apostar que al menos una vez has tenido un inicio de conversación muy similar en el metro, en la oficina o en cualquier lugar donde oses sacar un libro. A partir del punto donde dejé la conversación del párrafo de arriba, la misma puede tomar muy diferentes rubros. Algunas veces terminará en la recomendación de algún libro para «iniciar en el mundo de los libros», algunas otras terminará en películas basadas en los libros, no faltará tampoco la petición de un libro prestado y, por supuesto, vendrán preguntas como: ¿Cuántos libros lees al año? ¿Desde cuando lees? ¿Cargas el libro a todas partes? Por mencionar algunas de las más generales. Y esto constantemente me hace pensar que, al menos en México, aunque viendo las cifras oficiales pudiese ser todo Latinoamérica, ser un lector constante te convierte en un bicho raro.
En mi experiencia personal, lo he vivido a lo largo de mi vida en carne propia. Tomar un libro fuera de una biblioteca da las experiencias más surrealistas que te puedas imaginar. Desde las personas que te felicitan hasta, lo más común (y como diría cualquier profe de secundaria cuando lo sacan de sus casillas: perdónenme por la palabrota que voy a decir) que te llamen «mamador». Cierto, si estás en tu círculo de confianza, te lo van a decir en la cara; si no, solamente te lo dirán con los ojos. Pero muy seguramente te lo dirán.
La pregunta fundamental sería: ¿Por qué? Cuando hablamos de los países que más leen en el mundo, difícilmente hablaremos de algún país de Latinoamérica. Sólo para tomar un pequeño ejemplo, según la UNESCO, el país con mayor índice de población que manifiesta el hábito de la lectura es Japón, con un 91%. Y, si te preguntas dónde se ubica México, pues en el lugar 107 de 108 países, con un ominoso 2%. Dentro de las cifras de la UNESCO, creo que a nadie le sorprende ver países como China, Tailandia, Finlandia, Suecia encabezando la lista, pero, al mismo tiempo, a nadie le pasará siquiera por la mente colocar a algún país de Latinoamérica por arriba de la media mundial.
Sería muy fácil flagelarnos a nosotros mismos por estos números que, si bien son alarmantes, no deben ser tomados fuera de contexto. Considero que son muchos los factores que influyen en una cultura de la lectura. Ciertamente, los países mencionados como los que lideran la lista son también de economías pujantes (¿coincidencia?), tienen sistemas educativos mucho más robustos y muchos otros factores que se pueden considerar determinantes, pero que, a su vez, podríamos retar como consecuencias. Sin embargo, son factores que limitan, modifican e influyen en la cultura lectora. Mismos que, dicho sea de paso, escapan del círculo de influencia de esta comunidad lectora y que, por tanto, no serán tema de abordaje en el presente artículo.
Entonces, ¿qué es lo que sí está en nuestro círculo de acción? Pues precisamente, la desmitificación de la lectura. Creo que esto es algo en lo que todos los que disfrutamos de este maravilloso mundo podríamos contribuir. Quitar ese halo mágico que rodea a los libros, que los hace ver inalcanzables, difíciles, como adversarios a los que hay que vencer, más que como amigos que tienen un mundo nuevo por enseñarnos.
Es muy común, en los ambientes de la literatura, ser despiadado con las lecturas de los demás. Todos conocemos a ese alguien que presume de leer en el idioma original o de conseguir ciertos libros solo en PDF «porque no son mainstream y ninguna casa editora los sabría apreciar» y, si no tienes un conocido así, entonces el conocido eres tú. Quizás esta especie es mucho más fácil de identificar, nadie tendrá, ni ellos mismos, embarazo en llamarlos «mamadores literarios». Pero, siendo honestos, estos son los menos. Creo que el tipo más dañino de lector «tóxico» es aquel que hemos sido todos en algún momento de nuestras vidas. ¿Quién no ha criticado a alguien más por leer a Coelho, Murakami, Bucay o cualquier libro de superación personal? Como dijo Jesús, «el que esté sin pecado que arroje la primera piedra». Creo que la gran mayoría ha caído en la tentación y no tendría ninguna piedra para arrojar. Y no se me mal entienda, no estoy haciendo apología de los autores arriba mencionados ni tampoco desprecio de los mismos, simplemente señalo el hecho de la mordacidad de nuestras críticas bajo no sé qué razones fundamentadas.
Y, por supuesto, que habrá quien venga a decirme que no sirve de nada leer si no lees algo de «calidad». Sin embargo, para el lugar 107 de una lista de 108 países, yo no estaría tan de acuerdo. Considero que, como todo en la vida, cada lector debe encontrar su libro. En lo personal, cuando alguien me dice «Es que no me gusta leer, me da flojera», suelo preguntarle «¿Lo has intentado?» y, por lo regular, la respuesta es: «Sí, en la escuela me hicieron leer X libro (inserte títulos como Don Quijote de la Mancha, la Divina comedia, Cien años de soledad y tan diversas obras magistrales como se puedan imaginar) y no me gustó». ¡Y obviamente no los puedo culpar! ¿A quién a los 11 años le puede gustar leer una lista interminable de Aurelianos y José Arcadios? Ciertamente habrá alguien, pero en un país con un 2% de hábito de lectura lo veo difícil.
En lo personal, la primera vez que intenté leer Cien años de soledad tenía 17 y no llegué más allá de la décima página. Relegué a García Márquez a la lista de autores que no me gustaban por más de 14 años hasta que, quitándome un poco el tabú y por azares del destino, le di la oportunidad a El amor en tiempos de cólera y ahora el Gabo se encuentra entre mis mejores amigos. Sí, con todo y sus Cien años de soledad.
Por tanto mi punto es: ¿Por qué no encargar en la escuela secundaria leer Harry Potter, Divergente, Crepúsculo o cualquiera otra saga juvenil? Y, antes de que varios puritanos se rasguen las vestiduras, detengámonos a reflexionar. La mejor manera de empezar siempre será por el principio. Si tú quieres iniciar una vida más saludable y te inscribes en un gimnasio, un buen instructor difícilmente te pondrá a cargar su mismo peso el primer día. Por el contrario, irá dándote ejercicios acordes a tu nivel de principiante y que con el tiempo irán incrementando al mismo ritmo que tu fuerza; llegará el momento donde ya no será el instructor quien te diga «Ponle más peso» o «Corre un kilómetro más», sino que serán tú y tu mismo cuerpo quienes irán avanzando paulatinamente y desafiándose a sí mismos. Entonces, ¿por qué en la lectura debería ser diferente?
Así que la próxima vez, amigo lector, que alguien se acerque y te pida un consejo, no escuches a ese pequeño mamador literario que habita dentro de todos nosotros y te tienta a recomendar un clásico, un grande o una novela consagrada cada vez y no le temas a recomendar un best seller que probablemente nunca llegará a ganar un nobel, pero tal vez sí llegue a ganar un lector más para la causa. Te invito, lector constante, a que te unas al movimiento como el pequeño autor que suscribe estas líneas y no temas recomendarle a esa persona que gusta de las comedias románticas de Netflix a Nicolas Sparks o Federico Moccia, que no te dé miedo recomendar a Dan Brown o a Ruiz Zafón. Déjalos que lean creepy pasta y ellos solos pasarán a King y, cuando menos se den cuenta, estarán descubriendo a Poe y a Lovecraft.
Mi invitación es para hacer nuestro círculo de influencia cada vez un poco más lector. Sumando de a uno podremos quizás, algún día, si no dar la vuelta a la cifra, al menos salir del sótano y avanzar como sociedad hacia la cultura literaria. Y, si no lo haces por altruismo, recuerda que a mayor demanda el precio baja. Si más gente lee, los libros serán más baratos (es broma, pero, si quieres no es broma).
Así que no importa si es físico o en PDF, lee y ayuda a los demás a leer también.
René Medina
Redactor
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.