Viviana Sampedro
El tercer capítulo de la novela del octavo libro del quinto estante de la biblioteca nunca va a contarle a nadie que la realidad se desdibujó en pocos minutos, ese sábado en el que su autora aplastó la voz de la narradora. Aquella mañana, se rompieron todo tipo de alianzas y de relaciones de parejas, como la de aquel matrimonio que había mantenido una convivencia respetuosa.
Pablo había tenido la prudencia de bajar el volumen del televisor, mientras miraba el partido contra Croacia. Cuando se supo que les habían metido el primer gol, abrió la puerta del estudio de su mujer, para comentarle a Ema esa desgracia. Con absoluto desinterés por el resultado del partido, ella continuó escribiendo, intentando perfilar al personaje de su novela de acuerdo con las características físicas de una fotografía del delantero de la selección.
De inmediato, sonó el celular y Pablo comentó que no le habían autorizado el pago de una transacción que debía realizarse ese mismo día. Más tarde, quedó aclarado que se había tratado de un error administrativo de la tarjeta de crédito, pero Ema se quejó porque esa conversación la desconcentró.
—¿Acaso no fuiste vos, la que preguntó quién me llamaba? —, exclamó Pablo.
Ema pretendía que Erda, su narradora, la ayudara a darle fuerza a la figura de mirada azul y penetrante, inspirada en el delantero del equipo croata. El vigoroso futbolista, un ser ágil y flexible, entrenado en el sacrificio que exige toda disciplina deportiva, estaba destinado a convertirse en la pareja de la prima donna de su historia. A punto de lograrlo, debió tolerar que Erda, a quien la autora había seleccionado para que oficiara de narradora de su novela, la increpara:
¡Pero quizás la virilidad no sea más que una proyección suya! Y, además, ¡usted está encaprichada en dotar al croata de un baluarte de conocimientos filosóficos! ¿Quién le dijo que a su prima donna le interesará la intelectualidad de ese personaje?
—Deberías saber que, por más veloz que fuera el atlético futbolista, mi protagonista no se enamoraría de un hombre poco versátil, que careciera de una sólida formación cultural. Además, a esta altura, tendrías que tener claro que no te elegí para que me plantees tus dudas. ¡Te quiero omnisciente! —, le espetó la escritora.
Una vez más, Pablo entró al escritorio para charlar acerca de un emprendimiento inmobiliario, cuyos planos desplegó ante la mesa de trabajo de Ema. Le señaló la distribución, el metraje de las unidades funcionales y los cambios que realizaría antes de terminar la obra. A ella le sorprendió el entusiasmo y la avidez por conversar, ya que su marido era una persona reservada. A pesar de la discusión que se creó a raíz de esa nueva interrupción, Ema tenía la certeza de no haberse abalanzado sobre los planos tal como él se empecinaba en afirmar.
Entonces se apartó del tema y continuó intentando asignarle a su personaje características compatibles con sus deseos; mientras que su marido, una y otra vez, interrumpía esta tarea, tal como si sospechara que entre el deportista y ella pudiera existir una historia clandestina. Era evidente que su esposo había descubierto que Ema se sentía atraída por su criatura y manifestaba sus celos, intentando atrapar su interés; mientras que ella no podía ponerle un límite a su imaginación, ni a la pasión, con la que buscaba evadirse de la realidad y apoderarse del personaje en cuestión.
En medio de esa pelea con Pablo, la escritora se enfureció y arremetió contra su marido y contra la narradora. Inmersa en un irrefrenable ataque de ira, juró deshacerse de Erda, aun cuando para lograrlo tuviera que sacrificar a su prima donna. Pero en aquel momento, sintió que el delantero se escapaba; por eso sin recursos suficientes como para lograr retenerlo y sin levantarse de la silla de su escritorio, lo tomó de la camiseta del equipo, que aún llevaba puesta, para arrojarlo sobre el capítulo tres. En ese punto decidió modificar aquel relato.
—Me abalancé sobre mi croata y los dos nos sumergimos en el segundo párrafo del tercer capítulo de mi novela. Entonces, maté a mi prima donna, mientras que mis oídos se aturdían con los reproches de la narradora:
Usted está definitivamente loca… Meterse en un capítulo implica cosificarse, condenarse de por vida a quedar prisionera de una situación inmodificable. ¿Cómo se le ocurre enajenar de esta forma su capacidad de elección? ¡Inmolarse!, corriendo detrás de ese personaje de aspecto viril, que usted misma inventó, para terminar anulada y aniquilada por su propia imaginación.
A pesar de las advertencias de Erda y del tironeo de Pablo, Ema se incrustó contra los renglones, que inmediatamente se llenaron de palabras, hasta completar la totalidad de esas páginas. Y, desde adentro, logró cerrar el libro.
Viviana Sampedro
Autora
Integrante de taller literario de Del Viso y de Autores Locales de Pilar, Buenos Aires.
–2019 “Bishenda” y “El instante”, Antología Letras Rabiosas, Ediciones El Bodegón
–2020, “Luz y Siembra”, Antología Entredichos, Editorial Dunken, CABA.
–2020, Crónicas ycuentos, Periódico “El Apogeo”, Pilar.
–2020, Cuentos y Poesías en Plataforma “ELEDunken”; Antología, Autores Locales, Del Viso, Ediciones El Bodegón
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.