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Imagen: Deivy

Gabriela Alfred

Estoy muriendo, y esta innecesaria agonía es culpa de un cuerpo, acostumbrado a vencer, que ahora se rehúsa a rendirse, como tantas veces antes. Solo que esta vez tengo la certeza de que es la última batalla.

De alguna manera lo supe desde hace meses, tenía la sensación de que los verdugos habían encontrado el camino hacia mí y reptaban lenta pero constantemente a darme encuentro, por eso lancé un último grito de guerra anticipado, declarando que la vida es hermosa, y la seguirá siendo, aun cuando me alejen de ella… Pero cuando sentí la primera mordida me invadió una locura febril, era la estocada final al cuerpo, lo supe desde el primer momento que sentí el siseo a mi espalda. Y pensé que no iba a permitir después de todo, que me quitaran la oportunidad de dirigirle unas últimas palabras a mi amada Natalia…

Pequeña e inmensa Natalia, compañera de vida, montaña herida por el viento de incontables penas, hogar de mi eterno exilio, ¿qué habría sido de mi sin ti? o ¿que no habría sido, más bien? porque yo sin ti soy la negación pura, el cero absoluto. Luché y luché por interminables minutos para llegar a ti, a través de los colmillos de fuego que me buscaban, después de haber abierto un haz de luz en mi cráneo por el cual se escabullía la consciencia y mi oportunidad de dirigirte una última palabra agradecida. Vencí momentáneamente para alcanzarte y lo único que quería decirte fue que me salvaste de la desesperación más absoluta que un hombre solo puede sentir en el exilio y en el despojo de su sangre, y que te amo por compartir la locura de la historia conmigo y por seguir creyendo junto a mí en la hermosura de la vida a pesar del dolor, de la derrota, de la traición y de la ceguera. Y debería haberte dicho que todo lo que hice fue un poema de amor para ti, que encarnas lo más cierto y puro de la humanidad.

Pero no te lo dije y perdí ese valioso instante balbuceando lo obvio: que esta vez sí lo habían logrado, y fue en vano porque desde que salí trastabillando de ese cuarto y tropecé con tu mirada supe que tú también lo sabías.

Mi mente tira a las tinieblas cada vez más, recuerdo a Nina y Aida, y a Lev y Sergio, todos muertos por los mismos anillos, incluso Alexandra. La verdad tiene un precio demasiado alto, si no supiera hasta ahora, momentos antes de mi muerte, que sacrifiqué todo por una idea auténtica, por amor a mi suelo fértil y al trabajador que brota junto al trigo, hubiera renunciado al privilegio de vivir hace mucho, y por mano propia habría corrido antes a dar alcance a mi estirpe al fondo del mar, donde fueron arrastrados y donde ahora me esperan.

Hice la advertencia y firmé mi sentencia, por algún tiempo creí engañar el designio del impostor, que finalmente resultó ser un dios en la tierra: iracundo, egoísta, celoso y preso de pasiones destructivas, pero que finalmente triunfó sobre mi cuerpo, más no sobre mi espíritu. Acepto mi destino y cruel muerte, fiel a mis principios he luchado hasta el último suspiro contra el monstruo del mar caspio, que en su terrible rencor ha tomado antes la vida de mis hijos.

Yo elegí servir a una idea, fui sacerdote de una gran idea, y di mi vida por proteger esa idea. Puedo soportar la corrupción de un individuo, pero no puedo permitir la corrupción de un gran propósito. Sé que algunos dirán de mí que pagué mi crimen, el de haber intentado asestar un golpe mortal a la falsedad y la impostura escondidas dentro de un sistema, otrora esperanza de un nuevo mundo y ahora sinónimo del terror. La lanza que tiré no fue, sin embargo, completamente inútil, sé que algunos lograron ver el engaño que se escondía dentro del gran armatroste. Esos son los que me han seguido en el camino de desdichas que ha supuesto el asumirnos peregrinos en el mundo, escapistas perpetuos, lanzadores de dardos lejanos.

Muero porque ya no puedo pensar con claridad, ya lo dijo el filósofo: Pienso, luego existo, y yo ya no puedo pensar, ni recordar, ya solo me pregunto… y me respondo que sí, que la vida es una gran afirmación y la muerte es parte de la vida… y la serpiente finalmente descomprime mis huesos y yo me dejo ir con la marea del mar caribe… no fundaré imperios, no descubriré nuevos mundos, pero tengo la certeza de que ya han partido algunos Didos y Eneas a buscar destinos más felices para la humanidad.

Gabriela Alfred

Gabriela Alfred

Directora de Redacción

Soy de Bolivia, nací rodeada de montañas y agua dulce. Me licencié en Filosofía y Letras por purito placer y hasta el día de hoy sigo buscando profesionalizarme en saberes inútiles. Escribo porque me hace feliz, leo porque no puedo vivir siempre en mi propia mente. Me gusta tejer, las historias ñoñas de amor, la fiesta y las conversaciones en la madrugada.

Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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