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Imagen: VonPeps

Viviana Sampedro

Le inspiró confianza dejar esa ropa en el local a la calle ubicado frente a la estación. Eran solamente cuatro prendas, que se arreglaban fácilmente con una máquina de coser. Con un buen hilo del color correspondiente y una simple costura podría volver a utilizarlas. No perdía nada dejándoselas a esa modista, ya que, de todos modos, acostumbraba a pasar por ahí al menos una vez a la semana. El trabajo era sencillo; solo le preocupaba la calidad del hilo que iba a usar, porque los baratos están resecos, viejos, quemados y la costura vuelve a abrirse en poco tiempo. La costurera le dijo que todo estaría listo para la semana entrante, justo para ese viernes en el que ella debía andar por la zona. Pero el viernes, se excusó de no haber podido realizar el arreglo. Lo dejaron entonces para la siguiente semana, y luego para la otra, porque tampoco estuvo terminado.

El cuarto viernes, a las once y media del mediodía el local estaba cerrado, pero desde el comercio de al lado le indicaron que la dueña regresaría en seguida, ya que todavía no había bajado las persianas del negocio. La esperó en la puerta, decidida a llevarse la ropa ese mismo día, ¡estuviera arreglada o no!

«Las modistas son un género aparte, se creen Dalí… Uno tiene que esperar a que ellas se inspiren para llevarse el cuadro terminado. Es pasar una costura, no cincelar el bronce para esculpir como Rodin». Pensó.

En la puerta se preguntaba cuánto tiempo debió esperar parada con la sombrilla la modelo de Monet, cuánto tiempo le habría llevado a Miguel Ángel pintar el techo de la Sixtina. Pero justo la vio venir. Caminaba apurada, balanceando su cuerpo a cada paso. Estaba demacrada y con la ropa arrugada, tenía un aspecto sumamente desprolijo. Ni bien entró, le dijo que el trabajo estaba listo, pero no encontraba las prendas que debía entregarle. Buscó los jeans entre un enjambre de vaqueros que fue tirando al piso. Caía el gris, caía el lavado, el Levi’s, el Polo, el Wrangler… caían. Y el de la clienta no aparecía.

Gladys — ¡No! Quédese tranquila que, de dar, no se lo di a nadie. Hace más de un mes que nadie retira un vaquero… Estos son todos trabajos terminados, los dejan y después se olvidan de retirarlos. —Dijo mientras seguía tirando ropa al piso.

La clienta detuvo su vista en el cartel de cartulina, escrito con marcador grueso de color negro, «NO SE GUARDAN TRABAJOS POR MÁS DE TREINTA DIAS. GLADYS».

Gladys —Mire esto. Más de 25 vaqueros. ¡Fíjese éste, está nuevo, sin estrenar! Lo trajeron para que le hiciera el dobladillo… me los dejan de clavo, por eso no me gusta arreglar jeans. — Aclaró.

La clienta se impacientó aún más cuando la costurera tiró el último pantalón al piso y la mesa quedó vacía. Se preguntaba por qué esa mujer no los doblaba y ordenaba en pilas y con un alfiler les ponía un número, un nombre o la fecha en que se lo habían dejado. Pero la modista ya estaba revisando las prendas que aún no había cosido, entre las que apareció su jean.

Gladys — ¡Mire, acá está! No lo había hecho ¿Qué le dije yo? Le dije que dar, no se lo había dado a nadie… Hoy mismo se lo coso.

Clienta — Gladys, ¿puedo confiar en usted?… mire que es muy importante para mí.

Gladys — Le doy mi palabra.

Clienta — Confío plenamente en usted.

Gladys — Quédese tranquila, hoy a la tarde lo tiene listo. —Dijo

Entonces redobló la apuesta.

Clienta — ¿Todo listo, las cuatro prendas?

Gladys — Se lo prometo. Estará todo. ¡Vaya tranquila!

A las cinco de la tarde Gladys tampoco estaba en el local. Pero la esperó en la vereda, porque ella ya sabía que, si la persiana metálica estaba levantada, regresaría pronto. Al rato la vio venir. El sol iluminaba la mitad de su rostro, una sombra oscura se proyectaba hacia la otra mitad de esa cara cuyo perfil le recordó a la mujer del óleo Sin pan y sin trabajo*. Caminaba apurada, balanceando su cuerpo a cada paso, tan desprolija como al mediodía, pero con más aliento a vino. Pensó si las costuras estarían derechas o zigzagueantes como la costurera. Pero el trabajo estaba bien hecho. Tenía que pagar sesenta pesos.

Clienta — ¿Cuánto le debo?

Gladys — Eran quince por cada prenda, son cuatro.

Entonces Gladys dijo: quince, y apretó el dedo índice contra el mostrador, dijo treinta y apretó el mediano, dijo cuarenta y cinco y apretó el anular, dijo sesenta y apretó el meñique. La clienta se sorprendió al notar que había hecho una suma, desconociendo que había una operación que resolvía el problema en un paso; sumó cuatro veces quince, renunciando a la comodidad brindada por el producto. Entonces pagó con un billete de cien que Gladys contempló un largo rato, como cerciorándose de la autenticidad de esa «tela» y le devolvió tres billetes de diez pesos y dos de cinco, uno de ellos zurcido con un pedazo de cinta durex. Al retirarse lanzó sobre Gladys una última mirada. Su ropa le recordó el collage de Juanito Laguna**.

¡Cuántas hilachas caían en la surfilada vida de Gladys! Tal vez tuviera que valerse de otro molde y cortar un nuevo género. Quizá tuviera que hilvanar con un hilo más fuerte, valiéndose de puntadas cortas, ¿quién sabe? Cuando pasó junto a la montaña de jeans, desordenados sobre la mesa, pensó en decirle que los vendiera, que los tirara, que los regalara. Pero se arrepintió en seguida. Entonces se le ocurrió comprar una cartulina y un marcador rojo de fibra gruesa en la librería, para cambiar el cartel del local de la costurera por otro, que dijera: «GLADYS, QUEDA PROHIBIDO CONFECCIONAR UNA VIDA CON RETAZOS DE JEAN»

Notas:

*Obra del pintor argentino Ernesto de la Cárcova. Realismo Social.

**Obra del pintor argentino Antonio Berni.

Viviana Sampedro

Viviana Sampedro

Autora

Integrante de taller literario de Del Viso y de Autores Locales de Pilar, Buenos Aires.

–2019 “Bishenda” y “El instante”, Antología Letras Rabiosas, Ediciones El Bodegón

–2020, “Luz y Siembra”, Antología Entredichos, Editorial Dunken, CABA.

–2020, Crónicas ycuentos, Periódico “El Apogeo”, Pilar.

–2020, Cuentos y Poesías en Plataforma “ELEDunken”; Antología, Autores Locales, Del Viso, Ediciones El Bodegón

VonPeps

VonPeps

Ilustrador

Soy Alejandro, 24 años, colesterol bajo, estudiante de psicología y fotógrafo habitual, guionista cuando hay leche y galletas. Me gusta bailar solo, decir groserías y escuchar a Iggy Pop. A veces, creo que sería más feliz viviendo en el campo con un buen poemario, luego me llega una notificación a mi smartphone y me olvido de todo. Soy un pésimo pintor, por eso me hice fotógrafo.

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