Al Samil
Ojos bien abiertos. ¿Cuándo te arrancaste los parpados? Empezaste jalándote las pestañas, después sentías algo entrando a tu ojo a cada rato, así que los jalabas con la esperanza de que te dejara de raspar la córnea, luego no querías cerrarlos, tenías que verlo todo, a todo momento, o algo terrible pasaría.
No te podías distraer, no más, has vivido tu vida distraído, ya no te lo puedes permitir más.
No podías dejar de ver el infinito influjo de información frente a ti, ignorar cualquier detalle podría significar tu muerte y la de tus seres amados. Ser ignorante es un lujo que ya no puedes costear. Desde el momento que los demás intentaron cerrar los ojos, de descansar sin preocupaciones, supiste que todo ese peso caía sobre ti. Eras el único que sabría qué hacer, cómo actuar.
Las reglas cambiaban una y otra vez, tenías que saberlas y obedecerlas.
Por ahora, tus ojos no se mueven del reloj pixelado en la pantalla:
11:58
Te intentas mover, tu boca empieza a masticar tus labios de nuevo, reabriendo heridas que acababan de dejar de sangrar. Dejaste de morderte los labios cuando supiste lo obsceno que se veía en público, pero ahora, con el cubrebocas ocultando tus movimientos, no hay razón para evitarlo. Lo has hecho tanto que casi no queda un solo punto sano en tu boca.
Cuando no traes el cubrebocas puesto, te metes todo a la boca, si es comida la tragas sin saborearla, si no lo es, lo roes hasta que se rompe, el sabor de tinta ya no se puede borrar de tu mente después de que la décima pluma se rompió entre tus dientes, dolía al principio, pero así tus dientes se fueron haciendo más y más filosos.
Has subido de peso, has bajado de condición. Pero no puedes evitarlo, cuando comer se volvió aburrido, tragar se transformó en lo único que te daba un atisbo de placer, aparte, no importa, antes te preocupaba cómo te verían cuando esto acabara, ahora no crees que esto acabará algún día.
11:59
Quisieras salir.
Dejaste de salir cuando las ligas del cubrebocas comenzaron a infectarte detrás de las orejas. Mientras más te informabas, más miedo tenías, más apretabas las ligas, más se enterraban, más sangrabas. Te empezaron a dar comezón, y en casa no te dejabas de rascar, y entre eso y estarte tapando las orejas cada que pasaba una de las veinte mil ambulancias, pensando cómo seguramente llevaban a alguien terriblemente enfermo, cómo esa persona sería conectada a un tubo, penetrada por la garganta sin anestesia sólo para morir después. Bueno, al final tanto estira y afloja hizo que la carne cediera, y se te cayeron las orejas.
Sin orejas no te puedes poner cubrebocas, sin cubrebocas no puedes (¡no quieres!) salir. Te dicen cobarde, pero no saben, no entienden. Nadie entiende, sólo tú, nadie más que tú, por eso tienes que mantenerte alerta.
Tu cabeza se siente arder, tantos pensamientos en tan poco tiempo. Deben haber pasado ya varios minutos, ¿no?
Diriges tu mirada hacia el reloj sintiendo arena en tus corneas.
11:59
El tiempo no ha avanzado. Claro está, no avanza cuando no quiere, ah, pero apenas le quitas los ojos de encima y se traga la mitad de tu vida antes de que puedas reaccionar.
Tus dientes siguen masticando la carne de dentro de tu mejilla, o lo que queda de ella. Tu cabeza se sigue quemando, te sacudes para intentar apagarla, pero sólo avivas la llama, los pensamientos fluyen con mayor rapidez, devorando tus sesos, impidiendo que te enfoques en cualquier otra cosa más que en las cosas más terribles que podrían pasar, que han de estar pasando en este momento.
Te estremeces y te das cuenta de cuánto quisieras mover tus brazos, ahora atados a tu cintura por esa blanca camisa, aun cuando no es tan malo sentirte abrazado las veinticuatro horas del día y no tener que justificar tu constante parálisis ante las más fáciles tareas, hay veces que extrañas aquella libertad de moverte como te placiera. Libertad de la cual abusaste hasta que tu cuerpo dejó de parecer humano.
Ante el pánico que te causaba el mundo, ese mundo que te había confinado a un pequeño espacio y a un constante cuestionamiento de tu derecho de estar en él, encontraste maneras de sentirte un poco mejor, entre ellas el sobar tu propio cuero cabelludo, tratando de calmarte. Este gesto pronto se deformó, de un ligero masaje se transformó en un incesante rascarte como si tuvieres invitados no deseados en tu piel.
La desesperación de sentir algo te hacía buscar estar sólo con tal de poder hacerlo sin que nadie te juzgase
Resulta que dañar la piel afecta al cabello, al poco tiempo te quedaste calvo.
Pero, ahora todo cambiará, debe de hacerlo, es lo lógico.
11:59
Contienes la respiración.
12:00
Oyes sonidos lejanos, cohetes y gritos. Esperas.
La magia requiere tiempo, ¿cierto?
Muerdes tu lengua, algo debe cambiar, ¿no? ¡Tiene que cambiar!
12:01
Tu lengua sigue en contacto con el sabor a cobre, tu cabeza aún está en llamas, tu cuerpo todavía tiembla sin querer ser liberado. No puedes moverte, el miedo y la decepción se apoderan de ti.
Nada ha cambiado, nada cambiará.
Esta vez el hechizo, en este caso la maldición que se cernió sobre todos durante el año, no acabó a las doce de la noche.
Si no acaba ahora… ¿cuándo?
Tragas saliva sanguinolenta al pensar en ello y no te permites tener más esperanza.
12:03
Oh, por cierto…
Feliz año nuevo.
Al Samil (Kyria Alejandra García Valero)
Autora
Nació hace muchos años en Cd. Juárez, Chihuahua, pero ha vivido casi toda su vida en Guadalajara, Jalisco. Actualmente está por graduarse de la Licenciatura de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Es cazadora de libros y maestra de medio tiempo. Cada que puede dibuja, escribe, hace figuras en distintos materiales y desmenuza temas escondidos en series populares.
VonPeps
Ilustrador
Soy Alejandro, 24 años, colesterol bajo, estudiante de psicología y fotógrafo habitual, guionista cuando hay leche y galletas. Me gusta bailar solo, decir groserías y escuchar a Iggy Pop. A veces, creo que sería más feliz viviendo en el campo con un buen poemario, luego me llega una notificación a mi smartphone y me olvido de todo. Soy un pésimo pintor, por eso me hice fotógrafo.