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Imagen: Berenice Tapia

María Alejandra Luna

Sobre la era más estrambótica de la Tierra no sabemos nada. Es decir, sí, hemos conocido a través de fósiles y de hipótesis con respecto a la prehistoria. Hemos, incluso, conocido mediante pinturas rupestres y diversas fuentes y expresiones de gran valor histórico y arqueológico. Hemos conocido, entonces, una buena parte de la prehistoria. Sin embargo, ¿son bastantes esos saberes? ¿Sacian toda nuestra humana curiosidad? ¿Funcionan como placebo?

A mí, por ejemplo, me parece lícito pensar, fantasear que los animales no tenían interacciones o conductas como las que les atribuimos actualmente. Me gusta imaginar que quedó secretamente resguardado un mundo donde se vinculaban de forma «humana», donde comprendían racional y sentimentalmente el amor, donde podían realizar acuerdos, donde podían hacerse felices y tristes.

Por supuesto, no soy la única que cree en hipótesis alocadas sobre datos remotos que no podemos rescatar del pasado. Nuestra verdad posible, como bien se dice en Rayuela, tiene que ser invención. Y a partir de una ternísima y extraña invención me surgió la curiosidad por estos casos. José Sbarra quiso que la Argentina tuviera en su literatura un texto titulado Los pterodáctilos.

Una tiene veintiún años y el corazón roto y sinceramente no espera que un texto llamado de esa manera la interpele. Una no puede evitar que se interponga entre ella y Los pterodáctilos el prejuicio de que nada en sus párrafos le dará lo que está buscando. Por suerte, a una le avisan que se va a sorprender, que debe escuchar y que en verdad cuenta una historia de amor. Y una se aventura.

Las primeras oraciones clavan el ancla. Es una historia de amor. Es una historia de amor entre pterodáctilos. Es una historia de amor exclusivo entre pterodáctilos. Da una mirada poética sobre un par de seres de los cuales la zoología no podría decir tanto. No estoy comparando instancias, solamente me complace que las ficciones y las fantasías ofrezcan una verdad que no se pueda negar «a ciencia cierta».

Los pterodáctilos tiene seis partes. La primera nos pone en contexto: ¿por qué son especiales estos pterodáctilos? Porque son capaces de construir parejas absolutamente fieles. La segunda parte singulariza a dos de ellos y también su vínculo. La tercera explora y profundiza cómo se lleva a cabo ese vínculo. De las otras tres prefiero no escribir: me gustaría que las leyeran.

Además, me gustaría nombrar y explicar esos dos procesos a través de los cuales esta obra me conmueve y me hace elegirla una y otra vez: por un lado, la animalización del amor; por otro, la despersonificación. Los acabo de «bautizar» y espero poder esclarecerlos en las próximas líneas. Es verdaderamente difícil hablar sin miedo de cosas que a una le gustan tanto.

Entonces… La animalización del amor es evidente: «los pterodáctilos están amándose». Incluso en 2020 es complicado que consideremos una actitud amatoria entre animales salvajes. Mucho menos, cuando implica ternura, fidelidad, memorias, necesidad del otro. El amor humano se traslada al plano de los animales irracionales, que lo comprenden y lo ejecutan quizá mejor que nosotros/as. Porque, a pesar del nivel de elaboración de esas maneras, parecen estar sujetas a la naturaleza y no a una serie de consensos sociales. No hay sociedad pterodáctila. El instinto les exige que se relacionen de un modo que, en cambio, los seres humanos se impusieron, con la excusa de la moral y las buenas costumbres.

Lo anterior nos lleva amigablemente hacia la despersonificación. No hay formas perfectas de amar, de hacer el amor. Actualmente cuestionamos muchísimos asuntos referidos al tema. Al encontrar personajes no humanos asumiendo un compromiso de esas características, es mucho más sencillo distanciarse, analizar, querer identificarse, querer estar en la vereda opuesta, disfrutar, criticar o reprobar esos enlaces. Despersonificar el amor habilita debates: ¿la exclusividad es instintiva? ¿Está bien? ¿Está mal? ¿Todos/as deberíamos amar igual? ¿Todos/as deberíamos amar distinto? Tanto juzgar como celebrar el amor pterodáctilo se vuelve muy simple y muy aceptable porque está despersonificado, deshumanizado, desocializado.

En mi particular y pequeñísimo caso, me identifican estos «remeros del espacio». No hay instinto que valga. Es una decisión basada en experiencias, preguntas, dudas y cuestionamiento constante. Los pterodáctilos no se cuestionan: aman como les nace naturalmente y no pueden elegir libremente, pero terminamos de leer con la cálida sensación que, si pudieran, elegirían quererse así.

Porque no quieren volar. Quieren querer. Como si pudieran dejar de volar, como si pudieran dejar de tener un cuerpo diseñado para volar, como si pudieran priorizar un comportamiento instintivo, pero deseado, antes que el puramente instintivo y que forzosamente les procurará la supervivencia. ¿O acaso se extinguieron porque se olvidaron de que querer solía ser más importante que volar?

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Berenice Tapia

Berenice Tapia

Ilustradora

Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.

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