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Ilustración: Arturo Cervantes

Juan Rivas

Desde un vigésimo piso, Alejandro Cronos observa su ciudad a través de la ventana. Le es ya conocida esa anticipación sensorial que lo pone alerta para el peligro. Ayer, un cíclope; antier, zombies. Hace tres días, un pie gigante, interrumpido en el tobillo e impulsándose con la planta y los dedos, amenazaba con pisotear a medio mundo. Así ha sucedido desde el evento cósmico que cambió la vida en este lado del mundo.

De nuevo, una columna de humo se yergue hacia el firmamento, y le sigue la explosión. Alex termina de inyectarse aquellos menjurjes que le arden en las venas y maximizan su fuerza. Calcula la distancia, pega un brinco; mientras atraviesa los cielos, y recuerda que dejó encendido el televisor (como para confiar en que regresará pronto), se pregunta qué será lo que le espera.

Hace algunos meses, una serpiente colosal destrozaba el centro de la ciudad. Alex decidió dejarse tragar por ella y, desde adentro, abrió brazos y piernas para hacer explotar la cabeza del reptil y quedar un momento suspendido en el aire, victorioso, bañado de sangre y venas vaporosas. Fotos de primera plana.

Nadar un rato en las tripas viscosas de algún mamífero mutante le era también grato. Carnívoro empedernido, solía, incluso, salir con gran apetito luego de zambullirse en las entrañas de cualquier monstruo peludo, para aniquilarlo desde adentro, destrozando un órgano importante. Corría de inmediato al primer puesto ambulante de tacos.

Pero la primera vez que enfrentó humanoides colosales tuvo, inevitablemente, terribles inquietudes morales. Y más conmovedora fue la ocasión en que peleó con un jabalí de dimensiones casi perfectamente proporcionadas, cuya ferocidad, supuso, era relativa más bien a su naturaleza que a su tamaño. La semblanza entre un cíclope de cuatro brazos y un humano cualquiera era perturbadora, asquerosa, sí; pero no dejaba lugar a las dudas. Era una blasfemia al género humano, cuyo espíritu Alejandro no podía encontrar sino expuesto en el físico de cada persona que veía, luego de lidiar con lo abominable. Eso facilitaba el trabajo. Fuera de los animales ponzoñosos, aquel jabalí gigante le recordaba a un puerco, a un perro, a algo que se mete a la casa y se explota para dar entretenimiento, compañía, amistad.

Deseó con súbita angustia que, lo que fuera que le esperaba ahora, hubiera mutado de algo fácil de mata. Es decir, algo repugnante. Nada, por ejemplo, como un león de cincuenta metros de alto y doscientos de largo. Esta sola idea le oprimió el pecho. No podría contra un felino noble. Le jalaría la melena, lo montaría y, domándolo se lo llevaría al desierto. Lo haría su amigo. Era ciertamente trágico que, luego del evento cósmico que dio origen a bestias quiméricas, gigantes y horribles, él fuera el único que mantuvo forma, dimensiones y razonamiento humanos.

La zona de desastre se hacía más visible. Distinguió un punto adecuado para aterrizar y, mientras terminaba de flexionar sus piernas, en cuclillas hasta el suelo, la gente comenzó a aplaudir. Clavó su vista al frente. Pasó saliva. En el mismo movimiento con el que había descendido, se impulsó de vuelta al firmamento, y se perdió de vista. Iba diciendo para sí mismo: “Nop, nop, nop. Definitivamente, no.” Un hombre, que no acababa de comprender la repentina llegada y partida de Cronos, seguía sonriendo y aplaudiendo, cuando una horrible pata arácnida se extendió, y desapareció con él.

Alejandro Cronos se agarró a un árbol muy alto para contemplar el desastre, y también al monstruo. “Todo menos eso, por favor. Un león, un conejo, un bebé que amenace con cagarse en mi ciudad. Lo descuartizo y me baño en su sangre. Todo, menos eso.”

Un escalofrío le acarició de la nuca al culo, mientras contemplaba a la cucaracha gigante.

Autor

Juan Rivas

Juan Rivas

(Puebla, 1987). Licenciado en Lingüística y Literatura Hispánica, maestro en Literatura Mexicana y estudiante del Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la BUAP. Como narrador ha participado con el cuento “Luz velada” en la antología El origen perdurable: reunión de historias maternales (México: BUAP, 2017). Los presentes relatos exploran el neo-noir cyber punk de super héroes, o algo así.

Ilustrador

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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