Vivi Page
El reloj no daba aún la medianoche, el frío otoñal se filtraba por las ventanas y una lámpara alumbraba tímidamente la habitación. Un matrimonio conversaba seriamente. En sus rostros se hallaban preocupación y desconcierto. Estaban a punto de tomar una decisión por demás importante, sus vidas cambiarían drásticamente.
Optaron por denunciar el asesinato, así correrían menos riesgos. No eran asesinos, no sabrían ocultar un cadáver, ni engañar a la policía o a los medios. Tarde o temprano los descubrirían y las cosas se saldrían aún más de control.
Ella podría trabajar y cuidar a su hijo sola. En cambio, él no se sentía capaz de separar a un niño de su madre, tampoco de educarlo él, mucho menos con lo que acababa de suceder. Por esa razón, él se declararía como único culpable. Evitarían una investigación y salvarían, dentro de lo que cabe, a la familia.
Tomó el teléfono para marcar a emergencias y declarar. Al poco rato se lo llevaron esposado ante las miradas y susurros de los vecinos: algunos, desde sus ventanas; otros, afuera de sus viviendas.
Los periódicos relataron la noticia lo más pronto que pudieron: un hombre de más o menos cuarenta años, cabeza de una familia conformada también por su esposa e hijo pequeño, asesina al amigo de su hijo en lo que pareció ser un episodio psicótico.
La gente se asombró sobremanera, pues dicho hombre jamás había presentado signos de violencia, no tenía antecedentes penales ni su ascendencia contaba con un historial de enfermedades mentales. Era un simple trabajador en una empresa de mercadotecnia. Fiel amante de su esposa que, si acaso salía los sábados, a veces llegando a casa a las dos de la mañana con bastantes copas encima. Pero, dentro de lo que cabe, hombre ejemplar. ¿Por qué mataría a un pequeño de cinco años?
A la noche siguiente de los hechos, la madre le explicó a su hijo lo que sucedía:
—Tu padre está en la cárcel por lo que tú hiciste, ¿entiendes la gravedad? ¿Entiendes el problema en el que nos metiste? ¿Verdad, que no volverá a pasar?
El niño de ocho años parecía no comprender, pero por dentro estaba satisfecho. Todo estaba saliendo tal cual lo había imaginado.
Autora
Vivi Page
Ilustradora
Sofía Olago
Ilustradora
Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.
Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.