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Ilustración: Arturo Cervantes

Luis Enrique Sánchez Amaya

En un año como el presente 2020 con amenazas de guerras, inexpugnables conflictos políticos, explosiones volcánicas, inundaciones, terremotos y una pandemia que parece no tener fin, ¿qué otra cosa podría sorprendernos? Descubrir que vivimos en una simulación y nada de este disparate es real.

La idea de que la realidad no es real viene de muchos siglos atrás, y ha sido compartida por muchas civilizaciones a través de conceptos religiosos o filosóficos. Por ejemplo en el recurso argumentativo del genio maligno de René Descartes, en el que plantea que si alguien fuera poseído por esta entidad, no sería capaz de diferenciar si sus sentidos son engañados para percibir el mundo a su alrededor como algo distinto o no. Otra versión más actualizada es la del cerebro en una cubeta; ejercicio filosófico en el que si un cerebro fuera puesto a flotar en una cubeta, pero de alguna manera encontráramos la forma de mantenerlo vivo y enviarle impulsos eléctricos idénticos a los que recibiría en caso de contar con sus cinco sentidos, este sería incapaz de darse cuenta de que existe una realidad enteramente diferente fuera de la cubeta. Pero estas no son las únicas formas en las que nuestro universo podría ser falso. También existe la inquietante posibilidad de que seamos inteligencias artificiales embebidas en alguna simulación por computadora.

Aunque podría parecer un disparate, hay algunos aspectos de nuestro universo que podrían revelar que tal vez no todo es lo que parece.

Uno de los indicadores de esto es un fenómeno conocido como colapso de la función de onda. En la naturaleza, las partículas subatómicas (el electrón, por ejemplo) pueden existir en diferentes estados: tener diferentes niveles de energía, variar su velocidad o posición, pero en la mecánica cuántica, se piensa que estas partículas subatómicas existen en todos los estados posibles al mismo tiempo incluyendo estar en varios lugares a la vez hasta que se realiza una observación, entonces eligen un sólo estado para existir. Es decir, que podemos cambiar el estado de una partícula subatómica simplemente al medirla. Su función de onda colapsa cuando la observas, porque en ese momento su posición deja de ser una probabilidad para volverse una realidad. Y si escalamos este mismo principio a niveles cosmológicos surge la incómoda pregunta: ¿El universo existe si no lo observamos? Esto podría parecer un disparate, pero el fenómeno de colapso de función de onda y estados de superposición cuántica son científicamente observables, realizando experimentos que son consistentes en sus resultados. El más famoso de estos es el experimento de la doble rendija en el que los fotones se comportan de distintas formas si son observados o no al pasar a través de una hoja con dos rendijas. Esto prueba que la observación juega un papel sumamente importante en el universo a pesar de ser contraintuitivo y francamente extraño. ¿Existen partes del universo que son una probabilidad y no comienzan a ser «reales» hasta ser observadas por «alguien»?… No lo sabemos. Pero probablemente a los gamers les empiece a recordar como los mapas y los personajes de algún área de un videojuego «cargan» a medida de que el personaje que controlamos explora el terreno para ahorrar procesamiento, y en un juego multijugador ocurra algo similar.

Otro factor de interés para este tema, que se ha hablado en el mundo de la física desde sus principios, y es la existencia de ciertos valores fundamentales en el universo, parece demasiado adecuados para que no solo la vida, si no la materia exista. Aunque la existencia de factores como las cuatro fuerzas fundamentales de la física, la velocidad de la luz y otras constantes universales que parecen no variar en el tiempo, parece una coincidencia muy poco probable explicarse con la existencia de un número infinito de universos (y nosotros tuvimos la suerte de habitar este), también cabe la posibilidad de que solo exista un universo y los valores hayan resultado perfectos. El problema es que este segundo escenario es aún menos probable, como si estos valores hubiesen sido configurados a propósito.

De la misma forma, sabemos que para realizar una simulación tiene que haber una estructura de algún tipo que la sostenga. A baja escala, el simulador debe tener un límite de resolución, de la misma forma como funciona, por ejemplo, un monitor proyectando una película. Si lo vemos a una distancia adecuada veremos una secuencia de imágenes que transmite un mensaje, pero si lo vemos pegando los ojos a la pantalla sólo veremos pixeles que no tendrán mucho sentido por sí mismos y que no tendrán una unidad de información visual más pequeña. Tal vez el universo mismo funciona de la misma forma teniendo como unidades mínimas de información las supercuerdas que en caso existan, formarían a las partículas subatómicas, estas a los átomos, y estos a las partículas y así sucesivamente.

Entonces, ¿será que vivimos dentro de una simulación? El filósofo Nick Bostrom de la Universidad de Oxford plantea que una de las siguientes tres cosas es cierta:

  1. El ser humano nunca alcanzará el nivel tecnológico para realizar una simulación fidedigna de la realidad, porque las computadoras necesarias para esta tarea son tan complejas que no pueden ser construidas físicamente.
  2. Cualquier civilización que alcanza esta capacidad simplemente no lo hace o lo ha hecho debido a que es muy costoso, o por consideraciones éticas, de no tener inteligencias artificiales conscientes atrapadas dentro de un universo simulado.
  3. Es posible hacerse, se ha hecho y no hay nada que nos asegure que no vivimos en una simulación y no conocemos nada del universo real.

Como apunta el cosmólogo Max Tegmark, si lo tercero fuera cierto, no hay nada que nos detenga para algún día construir nuestra propia simulación dentro de la simulación (que bien ni siquiera pudiera ser la simulación dentro del universo «original»). Y entonces nuestro universo simulado un día creará una simulación propia y así un gran número de veces debido a que quizás el tiempo dentro de cada una sea relativo; quizás un infinito número de simulaciones embebidas una tras otra, requiriendo una cantidad infinita de poder de cómputo.

¿Podrá existir tal cosa? Parece algo poco probable, pero si ese fuera el caso, dado todo lo surreal que ha ocurrido en este año, no me extrañaría en lo absoluto.

Autor

Luis Enrique Sánchez Amaya

Luis Enrique Sánchez Amaya

Desarrollador Web

Es un ingeniero en computación, desarrollador de software y escritor amateur. Apasionado de los cactus y de arrancarle inspiración a la nostalgia, ahora hace sus pininos en Katabasis. Descendamos a la literatura, pues.

Ilustrador

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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