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Imagen: Sofía Olago

Jennifer Puello Acendra

Cartagena tiene dos realidades, ambas heroicas; sus hermosas playas están rodeadas de murallas, que en 1815 defendieron a la ciudad y a sus habitantes de los piratas ingleses. La otra, que suele estar más oculta, que es más ruidosa, llena de colores y olores, y llena, también de miedo, hambre y violencia. Las dos en común también tienen los sueños.

Para conocer la segunda, entre miles de opciones, una de las más alegres es escuchando champeta, género que desde los años 60 está entre los cartageneros y que en los 80 y 90 tuvo su auge con el nacimiento de los picó (españolización de pick up).

Venidos de África

Se cierra la calle desde inicios de la tarde y empiezan a llegar jóvenes para acomodar los cajones para el picó: una suerte de discoteca ambulante llena de bafles, bajos, parlantes, un toca disco, y por supuesto, un dj, que no solo pone la música; este hombre desde las alturas nos dice el nombre del picó, del barrio o el pueblo de donde viene, del dueño y la canción que sonará. Es él quien canta las canciones en medio de frases que todos disfrutamos.

Empieza sonar música que no entendemos, pero gozamos. Parece que existieran tamboreras de mapalé detrás de esos sonidos más modernos: la propia champeta africana; con la que inició todo, no importan las barreras del lenguaje, ellos son negros bailando, igual que los que se mueven aquí, que se despelucan al ritmo de la música.

Y los sábados días d’ peluques

de salida se arreglaba

se iba pa’ la miniteca

y conmigo se espelucaba

La voladora, El Sayayin

El criollismo

Llegan personas de otros barrios, hombres y mujeres entran a la ronda a bailar: en parejas, a solas, no importa. Se escuchan canciones más viejitas, ya en español, con frases rápidas que se entrecruzan con el palenque o el creole sanandresano u otras lenguas africanas extraídas de estas primeras canciones que llegaron. Canciones que pueden considerarse una muestra de las mezclas de las que somos propios los americanos, esta champeta criolla.

Esa canción que un día la escribí yo,

ella a la pista entró,

abrazó su espalda y lo besó

Con la misma canción, Álvaro el Bárbaro

Se ven a los bailadores con sus pasos -o pases- que parece una quimera entre salsa, mapalé y otros ritmos de herencia negra. Las letras pueden ser de hechos vividos o de fantasía, no importa, todas tienen en su interior el cantar de los pueblos negros de Cartagena y de Bolívar, en principio y de toda la Costa Caribe, en años posteriores.

Cantadores de historias

Los cantantes de champeta son, en últimas, los juglares de los marginados, de esas historias que no salían de los barrios a menos que llegaran a periódicos sensacionalistas, como la venta de drogas, los asesinatos y robos.

(…) de la noche a la mañana Braulio era el mandón

tremenda camioneta, Braulio era el patrón.

“El que no nada se ahoga”, así Braulio me decía

“me siento en la gloria, soy un ladrón”.

“Braulio el templa’o” Mr. Black

También sobre realidades menos violentas y más curiosas, propios de los chismes entre vecinos, como las infidelidades o las verdades a medias, que todos saben menos el directamente implicado. Y que van creando redes, porque a través de las letras aprendemos más de esas personas anónimas que viven su día a día.

Compa’e lo tengo pendiente

pues se hace el que no ve

póngase lentes de aumento

de esos con fondo e botella

pa’ ve si se da cuenta

de lo mala que es su muje’

Los trapitos al agua, Mr Black

Me cambiaste por nada

(…) como hizo Judas Iscariote

que por oro vendió a Jesucristo

tú me cambiaste por Bolívar[1]

y aquí en Colombia no vale na’

La mecedora El Jonky

Existen las que hablan de las muertes de seres queridos, amigos y conocidos a manos de la delincuencia, de las balas perdidas o las pandillas. Así como el abandono de la figura paterna y los costos que esto genera a los hijos que no tienen otra salida que delinquir para llevar sustento a sus hogares.

Me pregunto qué dirán a la niñita

Cuando ya este grandecita y pregunte por su papa

(…) Quien le puede explicar

Porque su padre no se encuentra

La vida no vale nada, El Afinaito

Este es la historia de un mal padre

que abandonó a su hija

(…) Papito tenei clemencia

para no tener que ir,

camino a la delincuencia

Camino a la delincuencia, Papo man

Otras son historias de amores, unos felices y otros imposibles. Historias que dedicábamos mientras bailamos, ya sin importar los pases, sino la cercanía del otro, tanto entrase entre los dos una hoja. Pero cuando duelen, cantamos solos, como peleando con la nada.

Yo quiero ser

ese que te toca y te vuelve loca

dame un besito, con cariñito

que este momento, se haga infinito

Bésame, Luister, la voz

A hora paga, paga, paga, paga

con la misma moneda que tú me pagaste

ahora llora, llora, llora, llora

fuiste el camaleón que de mi quiso burlarte

El camaleón, Llilibeth

Ilustración: Sofía Olago

El final del baile

Decía Diomedes Diaz en uno de sus vallenatos que la vida era un baile y con el tiempo se acababa la fiesta. Así se siente cuando el picó se apaga. Estas con la energía en toda la piel, con ganas de seguir gozando, pero el sol empieza a salir y no puedes estar ahí para siempre. El cuerpo duele, sobre todo los pies; el deseo sigue intacto, ganas de el siguiente fin de semana volver.

Finaliza la escena, pero las historias siguen y estás se verán plasmadas en champetas futuras. Desde ya las escucho y disfruto; así como todos aquellos que vivimos esa otra Cartagena y desde la distancia la seguimos gozando.

  1. Moneda Venezolana 

Autora

Jennifer Puello Acendra

Jennifer Puello Acendra

Redactora

Lic. en educación y lengua castellana de la USCO, maestrando en Lingüística de la UAQ. Ha participado en varios concursos de escritura en diversas instituciones.  Amante de las mariposas, los cuervos y los gatos. Amada por las hormigas. Enemistada con los sapos.

Ilustradora

Sofía Olago

Sofía Olago

Ilustradora

Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.

Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.

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