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Ilustración: Alejandra Villela

Santiago Clemente

La figura de Luis Alberto Spinetta recorre más de cuarenta años de historia del rock argentino. No sólo por haber integrado bandas fundacionales en diferentes momentos, sino por un sello personal, caracterizado tanto por una lírica de marcadas influencias literarias, como también por una búsqueda permanente en la incursión y experimentación de diferentes sonidos. De ahí que “por dónde empezar a escuchar a Spinetta” sea una pregunta casi imposible de responder.

Con todo, no son pocas las obras de su catálogo que siguen siendo desconocidas, poco reivindicadas o revisitadas por el público. Discos como Silver sorgo (2001) o Para los árboles (2003), pertenecientes a su última etapa solista, o el período “electrónico” de los ochenta, con Madre en años luz (1984), Privé (1986) y Don Lucero (1989), que en principio parecen haber envejecido peor que otros trabajos de la misma época, pero que esconden varios temas a la altura de lo mejor de Spinetta.

Hay, sin embargo, otro disco, grabado en la segunda mitad de los setenta, entre la separación de Invisible y la formación de Spinetta Jade, que tiene la particularidad de ser el primer disco solista que Spinetta sacó con su nombre (los dos anteriores fueron acreditados a sus bandas por razones contractuales) y uno de los más infravalorados: A 18 minutos del sol (1977), el álbum donde más se acercó al jazz. Pero vayamos por partes.

El contexto

Para 1977, Spinetta ya había grabado la parte fundamental de su obra, vale decir, la mayoría de sus discos emblemáticos (Almendra, Pescado 2, Artaud, Invisible, Durazno sangrando y El jardín de los presentes) y gracias a los cuales se cimentó como el principal referente del rock argentino. Escuchando estos álbumes, es posible trazar un recorrido donde se percibe un pasaje de un sonido más suave y melódico, con influencias de los Beatles, el nuevo tango de Piazzolla y hasta el folklore, a un sonido más crudo, influido por el rock psicodélico y el blues. Estas dos vertientes, que marcaron los álbumes de sus dos primeras bandas, Almendra y Pescado Rabioso, alcanzan una síntesis en Invisible, banda en la que prescinde de la dureza que caracterizó a Pescado, para dar lugar a un sonido y una lírica mucho más “limpios”, más cercanos al rock progresivo, con largos e intrincados pasajes instrumentales. En este sentido, Invisible representa tanto una cima en términos de sofisticación musical de lo hecho hasta entonces como el cierre de una etapa.

También en su vida personal Spinetta había experimentado muchos cambios: desde hacía unos años había dejado la casa familiar, donde se formaron y ensayaban sus agrupaciones anteriores, se había casado y ya tenía a su primer hijo, mientras la dictadura militar que había tomado el poder en 1976 bañaba al país en sangre y censuraba a artistas y periodistas. Es en medio de todo esto que Spinetta toma contacto con Diego Rapoport, un tecladista de jazz, quien le hace conocer a bandas como la Mahavishnu Orchestra de John McLaughlin y Weather Report, agrupaciones de jazz-rock con las que el Flaco quedaría fascinado y que le proporcionarían ideas para un nuevo camino que continuaría hasta el final de su carrera.

La banda

Si bien la incursión en el jazz rock fue algo que Spinetta nunca había hecho antes, tampoco es exacto afirmar que A 18 minutos del sol no tiene antecedentes en discos anteriores. El tema de Almendra “A estos hombres tristes” ya incluía rítmicas de jazz, al igual que “Jugo de lúcuma”, tema que abre el primer álbum de Invisible. Finalmente, en El jardín de los presentes, último trabajo de esta banda, la incorporación de Tomás Gubitsch como segunda guitarra les había dado un sonido más jazzero, con algunos elementos de tango-rock, reforzados por la participación de los bandoneonistas Rodolfo Mederos y Juan José Mosalini. Así, la experiencia jazzera profundiza una veta musical que Spinetta hasta ese momento sólo había tocado lateralmente.

La agrupación con que Spinetta grabó el álbum llegó a tener dos nombres, uno informal y otro oficial. El primero y más duradero fue sencillamente Banda Spinetta, algo propio de las agrupaciones de jazz lideradas por un solista (por ejemplo, Pat Metheny Group) en las que entran y salen diferentes integrantes; el segundo, que utilizaron en algunas presentaciones antes de la disolución del proyecto, fue Experiencia demente. La alineación original incluía a Spinetta en guitarra y voz, Diego Rapoport en teclado, Machi Rufino en bajo (con quien ya había tocado en Invisible) y Osvaldo López en la batería. Posteriormente se incorporaron diferentes músicos y nuevos instrumentos, la mayoría de ellos del mundo del jazz, como Luis Cerávolo (batería), Rinaldo Rafanelli (bajo), Gustavo Bazterrica (guitarra), Bernardo Saraj (saxo), Gustavo Moretto (trompeta), Leo Sujatovich y Eduardo Zvetelman (teclados). El teclado, que Spinetta ya había incorporado en Pescado Rabioso a cargo de Carlos Cutaia, pasaría a ser un instrumento recurrente a lo largo de los siguientes años (en Jade llegaría a incluir dos) y volvería a serlo en su etapa solista de los dosmiles, volviéndose un elemento decisivo en su sonido.

Con el pasar de las presentaciones, la banda llegó a tener temas suficientes como para un segundo álbum, que iba a titularse Los espacios amados, pero de los que sólo quedaron registros en vivo. La poca aceptación del público y la propuesta de su amigo Guillermo Vilas de grabar un disco en Estados Unidos, hicieron que Spinetta disolviera la banda para grabar lo que fue su único disco en inglés, Only love can sustain (1979), en el que continuaba el sonido jazzero pero del que durante un tiempo renegó por no quedar satisfecho con el resultado. Después volvería a Argentina y armaría Spinetta Jade, donde paulatinamente iría abandonando el jazz fusión para virar al pop y al tecno, atraído por las posibilidades musicales de los nuevos sintetizadores. Eran los ochenta, volvía la democracia y soplaban otros vientos.

El disco

A 18 minutos del sol se grabó entre julio y agosto de 1977, y se editó en octubre de ese año. Consta de ocho canciones, dos de ellas instrumentales. El nombre le vino de la distancia entre la Tierra y el sol medida en años luz, pero por un error de cálculo “sobraron” diez minutos, pese a lo cual Spinetta decidió dejarlos. Desde la portada y el título queda claro que el álbum busca transmitir una imagen bucólica y serena. «Es increíble y a la vez reconfortante que en un mundo insensibilizado subsista el deseo de inquietarse por buscar lo Supremo» escribió Spinetta en el sobre interno del disco, premisa que rige tanto las letras como la música.

Alejado del tono un tanto sombrío o introspectivo que tiene El jardín de los presentes, A 18 minutos del sol tiene una luminosidad contagiosa. Coros cristalinos, momentos de placidez alternados con pasajes vertiginosos y plagados de virtuosismo, “diálogos” entre el teclado de Rapoport y la guitarra de Spinetta, casi siempre sostenidos por la base de Machi Rufino y Osvaldo López, envolviendo las canciones en atmósferas cálidas y etéreas. Sólo una canción prescinde del acompañamiento de la banda: «Canción para los días de la vida», una de las cimas de la obra spinetteana. Una canción de una dulzura conmovedora, que pese a ser sólo Spinetta y su guitarra, encaja a la perfección dentro del sonido y el concepto del disco.

En el apartado lírico, un vistazo a los títulos basta para entender en qué dirección apuntaba Spinetta: «Canción para los días de la vida”, «Toda la vida tiene música hoy», «¿Dónde está el topacio? », «La eternidad imaginaria». Pese a que conserva su característico lirismo, las letras se vuelven menos recargadas. Spinetta vuelve a un lenguaje más sencillo, como un regreso a la dulzura inicial de Almendra pero desde una perspectiva más madura. Son recurrentes las imágenes referidas a elementos naturales: el viento, la lluvia, el agua, las flores, el aire, el sol, etc. El campo poético que configuran estas imágenes muestran un momento de redescubrimiento de la belleza elemental del mundo: «dulce y hermosa flor de la mañana/ ya tu corola se despertó/ tu perfume se disipó/ abrazado al viento del azur», «Si la lluvia llega hasta aquí/ voy a limitarme a vivir», «El lirio pierde su color temprano/ las aves blancas su placer elevan ya en el aire». El mismo Spinetta atribuyó esta nueva sensibilidad al nacimiento de su hijo: «la ternura de mi hijo me permitió volverle a cantar a una flor… no existía en mis canciones anteriores algo así: el lirismo por el lirismo mismo”. Esta declaración parecería confirmar algo que se señaló reiteradas veces sobre la obra spinetteana: su carácter ajeno de la realidad. Sin embargo, al igual que otros suyos, este álbum admite una lectura política.

Ciertos sectores del público y el periodismo cultivaron desde temprano una supuesta rivalidad o contraste entre Spinetta y Charly Garcia, reservando al segundo una sensibilidad más prosaica y conectada al contexto sociopolítico, y al primero un aura incontaminada de los problemas mundanos, ligada a una visión más elitista o refinada de la música. Es cierto que Spinetta nunca sacó una canción que hablara directamente de la realidad cotidiana de su país (lo más cercano a ello fue Resumen porteño, aparecida en Bajo Belgrano), pero pensar que su obra se mantuvo ajena al contexto social y cultural es pecar de candidez. La poética de Spinetta está basada en una búsqueda interna y el intento de conectarse con el Todo, y en ella conviven esa búsqueda de la trascendencia con una postura política de ir en contra de cualquier conducta que destruya el cuerpo o el espíritu de las personas. A contramano de lo que tradicionalmente se dijo, varios álbumes de Spinetta fueron una respuesta al cuadro de situación.

En este sentido, la impronta musical y lírica de este álbum puede ser entendida como un intento de ofrecer la posibilidad de imaginar y de soñar, en medio de un momento de oscurantismo puro, marcado por la inflación, la censura y la desaparición de personas. De ahí que frases como dulce y hermosa flor de la mañana ya tu corola se despertó, vengan a dar todas sus palabras en esta verdad, tengo que aprender a ser luz entre tanta gente de atrás o ni con la tarde gris alejarás este dulzor que hay en ti, pueden funcionar no sólo como pasivos remansos de paz, sino también como un gesto de resistencia ante la censura. Incluso las postales de Toda la vida tiene música hoy (“Toda la vida tiene música hoy/ todas las cosas tienen música/ del sol de los hombres (…) y cada tonta cosa es música del sol de la tarde”) pueden leerse como un gesto mucho más rupturista de lo que puede parecer en apariencia. En momentos de desasosiego, miedo o paranoia, la poesía resulta tan liberadora y política como la denuncia o la parodia.

Lo que siguió

Tal vez a alguien que empezó a escucharlo hace poco o a partir de los años noventa le cueste pensar que Spinetta haya sido no sólo cuestionado sino criticado, pero sobran registros (audiovisuales y gráficos) de que el Flaco tuvo que lidiar con la incomprensión del público y los medios desde el principio de su carrera. El giro al jazz no fue bien recibido ni por la crítica ni por el público en las presentaciones que se hicieron del álbum. Le reclamaban que volviera al sonido de Pescado e Invisible, más cercano al rock, en contraposición al nuevo sonido que consideraban demasiado “blando” o “intelectual” (y no faltan los ortodoxos que tachan todo del Flaco desde 1977 hasta el fin de su carrera). Con todo, Spinetta siempre reivindicó este álbum, al punto de decirle al periodista Eduardo Berti, diez años después: “esa fue la mejor grabación que hice en mi vida”.

Lo cierto es que, aun cuando nunca volvió a sonar tan jazzero como en este álbum, casi todo lo que hizo después mantuvo reminiscencias de su calidez, su delicadeza, ese protagonismo de los teclados de los que, con excepción del interludio de los noventa, ya no se desprendió. Ahí quedan Silver sorgo, algunos pasajes de Para los árboles y Un mañana (2008), y sobre todo Pan (2006) para demostrarlo, sin olvidar el póstumo Los amigos (2015), grabado un año antes de su muerte. Como si al final de su carrera, y habiendo hecho de todo, el Flaco hubiera decidido volver al sonido con el que se sintió más cómodo, más libre, el que le permitió seguir adelante después de atravesar la tormenta. Diría que va siendo hora de que A 18 minutos del sol se escuche en tiempo, pero no se puede. Como su autor, este álbum siempre está sonando mañana.

Autor

Santiago Clemente

Santiago Clemente

Redactor

Ilustradora

Alejandra Villela

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