Jennifer Puello Acendra
Acordeón, guacharaca y tambor resuenan, la voz fuerte de un hombre se escucha al mismo ritmo, y, a pesar de su canto, parece que llora. Salta la aguja del tocadiscos e inicia una tonada más alegre, pasamos de son a merengue, dos aires tan distintos del vallenato, pero tocados por los mismos instrumentos.
Quizá el recuerdo sea otro, tenía poco más de ocho años. Quizá lo inventó mi memoria para llenar vacíos que quedan de la niñez. Lo que es real es mi amor por el vallenato y el gusto por cada una de sus historias, por imaginar a los juglares componiendo, narrando sus vidas, sueños, anhelos y tristezas más profundas.
Del sueño a la pérdida
Juan Polo Cervantes, conocido como Juancho Polo Valencia, estaba casado con Alicia Hernández, inmortalizada en su canción Alicia adorada, esa que escuché de la voz de mi papá en los ’90. Alicia y Juancho tuvieron un hijo, casi dos, pero la muerte es caprichosa y a ratos se le antoja llegar justo a quien estaba propiciando la vida.
Juancho Polo vivía por y para la música, compuso canciones conocidas en las voces de otros grandes del vallenato, todas con su encanto y en varias mencionándose a sí mismo en tercera persona, como dejando la huella, sin importar el tiempo.
“Y solamente a Valencia, ¡ay hombe!
El guayabo le dejó”
Su amor por la música lo alejó de su amada. Según varias crónicas, Juancho Polo estaba de parranda, su trabajo como juglar, cuando Alicia muere de parto. Sabía que ella estaba pasando un mal embarazo, pero era mayor razón para seguir trabajando y al regresar darle lo mejor a su mujer.
Alicia murió lejos de Juancho. Como una obra macabra del destino, al llegar no encontró siquiera un cadáver, sólo la tumba en el pueblo donde habían vivido alegrías, donde había dejado a su familia.
“Se murió mi compañera, ¡que tristeza!
Alicia mi compañera, ¡que dolor!”
Cuando pienso en lo que sintió Juancho, me viene a la memoria María de Jorge Isaac y cómo lloré cuando Efraín llegaba por fin a la finca y encontraba que María había muerto hacía días, que no pudo verla por última vez, y, en cambio, solo quedaban sus trenzas. Juancho Polo solo tuvo una tumba en el cementerio del pueblo y su dolor de no despedirse lo expresó en sus versos:
“Donde to’el mundo me quiere
Alicia murió solita”
La desolación
No sabemos qué pensaba Alicia en sus últimos momentos; posiblemente sabía que Juancho no llegaría o tal vez aún guardaba las esperanzas. Lo que sí podemos imaginar es el dolor de Valencia cuando empezó a componer, porque desde su primer verso grita la desesperación de alguien que ha perdido hasta la fe.
“Como Dios en la tierra no tiene amigo’
como no tiene amigo’ anda en el aire
tanto le pido y le pido, ¡ay hombe!
y siempre me manda mis males”
Para un creyente la última esperanza es Dios, en él recae el consuelo, pero cuando el dolor es inmenso todo desaparece menos el vacío que carcome, hasta el punto que la fuerza suprema, el Dios al que rezamos buscando alivio o una respuesta, se convierte en un ser alejado de nosotros ¿Cómo un Dios puede sentir el dolor si siempre “anda en el aire”?
Las peticiones se van a la nada, los males, la muerte y la tragedia siempre están con nosotros. Juancho Polo toca el acordeón en una tumba, al mismo tiempo que mi papá, en otro año y espacio, canta con él.
Esperanza
Tantos hombres y mujeres cantando al unísono en el pasado, que lo harán en el futuro, que escucharán las notas del acordeón en manos de otros y las voces de tantos vallenateros hablar de una mujer que no necesitan haber conocido para sentir que la han perdido.
Cantamos también el amor que sentía Juancho por ella, que permanece, que no muere mientras sigamos diciéndole a Alicia lo que él sentía por ella.
“¡Alicia querida!
Yo te recordaré toda la vida”
De la mano con el amor está la esperanza, la fe vuelve al pecho del compositor, pues a pesar que Alicia murió sola, está en buena tierra, y resulta tan importante para un creyente tener la certeza que está enterrado en tierra bendita.
“Donde quiera que uno muera, ¡ay hombe”
to’a las tierras son benditas”
Juancho Polo sigue cantando justo ahora, corren la década de 1940, mi papá también, en 1998, yo mientras escribo estas letras, y ustedes, cuando lean, tienen la oportunidad de oír el vacío, la pérdida y la esperanza que trae Alicia dorada.
Autora
Jennifer Puello Acendra
Redactora
Lic. en educación y lengua castellana de la USCO, maestrando en Lingüística de la UAQ. Ha participado en varios concursos de escritura en diversas instituciones. Amante de las mariposas, los cuervos y los gatos. Amada por las hormigas. Enemistada con los sapos.
Ilustradora
Sofía Olago
Ilustradora
Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.
Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.