Vestíbulo y departamento 5
María Alejandra Luna
«Prohibido masturbarse mientras se está observando una ventana ajena». Este es el cartel que leo en el recibidor del edificio al cual me estoy mudando. No le había prestado atención anteriormente, pero ahora que ya he costeado mi departamento y subido las cajas con mis pertenencias puedo hacerlo. Me sorprende bastante y me lleva a preguntarme si no será una broma de algún adolescente que vive aquí. Vuelvo sobre mis pasos. Lo firma la administración. Dado que eso no es garantía de nada, me río durante mi trayecto a las escaleras. Hay un ascensor, pero no lo necesito: subiré hasta el primer piso.
Ingreso en mi morada. Las persianas bajas y un gran desorden me dan la bienvenida. Me acomodo en el sillón, algo frustrado, meditando cuáles de mis objetos desembalaré en primer lugar. Por cuestiones de necesidad, resuelvo que es mejor ubicar los utensilios, las ollas, los platos y la vajilla. También, ordeno los elementos del baño. Afortunadamente, los muebles están distribuidos acorde a mis deseos en las distintas habitaciones y mi ropa está guardada prolijamente en el armario. Les agradezco mentalmente a mi hermana y a su marido por ese favor.
La temperatura no es abrumadora, de modo que no levanto las persianas, ni abro las ventanas. Contemplo la sala de estar, que alberga menos cajas tres horas después de mi llegada. Me alegro bastante. Esta habitación es, asimismo, el comedor. Si no estuviera tan vacío ya, no podría cenar a la noche plácidamente, como me gusta a mí.
Me quedo de pie en medio de la sala, debatiéndome entre dormir una siesta o continuar con mis actividades. Al instante, decido que es mejor opción recorrer mi planta y presentarme con mis vecinos, a quienes no veré siempre, pero que podrían ser buena compañía y hasta socorro. Mi departamento es el quinto; el consiguiente es el sexto. Me resulta sencillo deducir que, si esa vivienda está al lado de la mía, su ocupante será con quien tendré más relación (o quizá no, pero uno llega a esas conclusiones innecesarias para justificar todas sus conductas).
Nervioso, inhalo profundamente y presiono el timbre.
María Alejandra Luna
Subdirectora General / Directora de Redes Sociales
Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.