El Premio Nobel de Literatura 2006, junta en “La mujer del pelo rojo” las dos facetas culturales predominantes de Estambul
Paulo Augusto Cañón Clavijo
Describir el contraste cultural propio de la Turquía de los siglos XX y XXI ha sido uno de los mayores logros de la obra del Premio Nobel de Literatura (2006), Orhan Pamuk (Estambul, Turquía, 1952), quien, mediante un lenguaje sencillo e historias cercanas, ha logrado mostrarle al mundo las múltiples perspectivas propias de su país natal. Esta cualidad es uno de los axiomas que rodean a La mujer del pelo rojo (Literatura Random House, 2018), su décima y más reciente novela.
La historia comienza en 1985, narrando la vida de Cem, un adolescente turco que, junto a Mahmut Usta, un maestro pocero, se da a la tarea de abrir un pozo a las afueras de Öngören, un pueblo pequeño cercano a la ciudad de Estambul. A partir de una serie de experiencias derivadas de su tarea en el pozo, y la aparición de una misteriosa mujer de pelo rojo, una cascada de emociones se apodera de la historia y la hace fluir con una furia propia de las aguas del río Bósforo, el cuerpo de agua que separa las partes asiática y europea de Estambul.
Esta dualidad geográfica y cultural, propia de la ciudad turca, es una de las principales ideas que Pamuk ha recreado en toda su obra, en este caso lo hace mediante la mezcla cultural de los dos continentes, al unir dos de los mitos principales de ambas culturas, para establecer una relación entre Cem y sus figuras paternas.
Por un lado, se encuentra a Edipo Rey como representante de Occidente, y a Rostam y Sohrab para mostrar Oriente. En ambos mitos se muestra un conflicto entre padre e hijo, coincidiendo con la muerte de alguno de los dos -en Edipo Rey, el protagonista homónimo, comete fratricidio, mientras que, en el Shahnameh, libro del que proviene el mito de Rostam y Sohrab, es Rostam, el padre, quien mata a su hijo- y Pamuk utiliza este contraste para reflejar las relaciones casi caóticas del protagonista con su ausente padre biológico, y con su figura paterna, Mahmut Usta.
En palabras de Pamuk, recogidas de una entrevista con el periodista Juan Cruz, para la Fundación Telefónica, “Lo que quise hacer con esta novela es entrelazarlo todo (los mitos occidentales y orientales) con la relación existente entre un maestro pocero y su discípulo”
La novela, en algunos momentos, es un tapiz persa, donde cada figura aporta a construir una gran perspectiva del tejido que, para completar la metáfora, resulta ser Estambul. Sin embargo, la obra en otras ocasiones se convierte en un drama de teatro occidental, donde dos amantes están obligados a no estar juntos a consecuencia de los obstáculos que les impone su entorno, logrando separarlos, pero que al final se reencuentran y, en una vista hacia atrás, se dan cuenta de la manera en la que confluyen sus destinos. La narración en algunos momentos se torna lenta, pero no por eso deja de ser magistral, profunda y atrapante. Pamuk se vale de los detalles para complementar las emociones de sus personajes, en unos casos mostrando su clara inmadurez, y en otros, incluso, una total desolación.
La magia del autor se hace evidente en su habilidad para entretejer estas dos visiones de culturas diferentes, en unir sus voces para conjugarlas en una novela que retrata la forma en que éstas construyen a la idiosincrasia turca, donde se modifican las percepciones de sus habitantes y crean estilos de vida en los que se puede palpar la americanización de la clase media-alta de Turquía, dejando de lado las tradiciones árabes, aquellas que influenciaron fuertemente al país hasta comienzos del siglo XX.
El escritor turco retoma su ciudad como lo ha hecho durante gran parte de su obra, más específicamente en libros como Estambul. Ciudad y recuerdos (Debolsillo, 2017) o El libro negro (Debolsillo,2017), pero en esta ocasión se enfoca en el contraste propio de la ciudad, viéndolo desde un punto de vista urbanístico, donde se dibuja paralelo entre el crecimiento estructural y la modernización de la ciudad.
Es por eso que, al mismo tiempo que el protagonista, la ciudad crece, madura, se acerca a la modernización y al progreso, para abandonar los métodos antiguos y místicos de la excavación de pozos. Pero que también, al igual que Cem, con su dualidad de la figura paterna, intenta definir su identidad, allí se desarrolla la manera en la que un país intermedio, alimentado por ambas realidades -la de occidente y la del mundo árabe- se cuestiona y cambia según su entorno, buscando una identidad propia en la que sustentar las vidas de sus habitantes.
La mujer del pelo rojo es un libro sencillo, pero no por eso poco profundo. No pretende deslumbrar a su lector con descripciones complejas y llenas de adornos, por el contrario, y siguiendo el estilo austero de Chejov y Hemingway, busca un minimalismo encantador, capaz de invitar a más personas a acercarse a la boca del pozo y ver cómo surge el agua; a pasar sobre el puente del Bósforo, para poder contemplar las dos Estambules que Pamuk ha retratado.
Paulo Augusto Cañón Clavijo
Redactor
Colombiano, periodista y lector de tiempo completo. Escribo para encontrarme. Apasionado del fútbol, la música, los elefantes, las mandarinas y los asados.